jueves, 31 de diciembre de 2009

Y para terminar el año...

Las he matado a todas, hijo.
A las tres.
Primero a la empresaria.
Luego a la licenciada.
Finalmente a la emancipada.
Ellas sabían que era algo inevitable. Tarde o temprano tenía que suceder y no podía posponerlo por más tiempo. Aún así, alguna ha intentado defenderse, pero todo ha sido en vano.
Deberías haber visto la cara de mi nieta la licenciada mientras lo hacía. Asesina, me ha llamado. Ni siquiera eso me ha detenido. No he mostrado piedad. Me he remangado y he hecho lo que tenía que hacer.
¿Quieres conocer los detalles escabrosos, hijo? ¿Quieres que te cuente qué método he empleado? Pues el de toda la vida. Primero las he medio asfixiado con una bolsa de plástico y luego las he introducido en una olla con sal y agua hirviendo.
Primero a la centolla empresaria.
Luego a la centolla licenciada.
Finalmente a la centolla emancipada.
Trece minutos después ya estaba todas muertas.
Y como las bobas de mis nietas, las de verdad, van de vegetarianas por la vida y no comen bichos a los que hayan puesto nombre, (razón por la cual he bautizado a las centollas antes de echarlas a la cazuela) esta noche me las cenaré yo solita.
¡Lo que voy a disfrutar machacándolas con el martillo, arrancándoles las patas y destrozándoles la cabeza!
Mmmmm… ¡qué rica me va a saber esta pequeña venganza!

¡Feliz año nuevo a los que aún seguimos vivos!

martes, 22 de diciembre de 2009

Nunca llueve a gusto de todos

Las navidades son un buen momento para el recuerdo, hijo.
Hoy, por ejemplo, yo me he acordado de mucha gente.
De Amaia, mi peluquera, que insiste en raparme la cabeza para que se me vean bien estas orejas de soplillo que Dios me ha dado.
De José, el pollero, que se piensa que soy tonta, y no sé diferenciar una gallina vieja de un buen capón.
De Gorka, el nieto de mi vecina la del quinto, que es un delincuente, y tiene previsto irse de viaje de estudios a Grecia para liarla parda.
De Pablo, mi callista, que me deja baldada cada vez que echa mano de mis pies.
Y de Mari Puri, la frutera, que en cuanto me despisto me mete alguna manzana podrida en la cesta de la compra.
Me he acordado de ellos y de muchos más. Y también me he acordado de sus padres, de sus madres, de sus hijos, tíos, sobrinos y demás familia...
...y de todos sus muertos.
¿Por qué?
Porque me vendieron lotería.
Y no me ha tocado nada.
Nada.
Cero.
Nada.
Ni El Gordo, ni el segundo premio, ni el tercero, ni el cuarto, ni el quinto, ni terminación, ni reintegro, ni pedrea. Ni un mísero real.
Toda la mañana con la cantinela de los niños de San Ildefonso, con todos los papelitos esparcidos por el suelo de la sala, comprobándolos uno a uno, con el corazón acelerado, dando botes cada vez que decían un número que se parecía a alguno de los míos... pero nada.
Así que hoy, hijo, si me preguntas cómo estoy te diré que “jodida y muy poco contenta”.
¡Yo no quiero salud! ¡Yo lo que quiero es que me toque El Gordo!
Por una vez, demonios, por una vez. Para saber lo que siente, salir en la tele y poder morirme siendo una mujer muy, muy rica.
Pero aquí sigo. Pobre de solemnidad.
Y para más inri, mi nieta la empresaria ha llegado a casa dando saltos de alegría. Tiene una participación terminada en 94. Ya sabes lo que dicen, hijo: "Todos los tontos tienen suerte". Pero el caso es que le han tocado 60 euros, es decir, 60 más que a mí. Y la muy rácana, ni siquiera ha traído unos pastales para celebrarlo.
¡Odio la lotería y odio la Navidad!

lunes, 14 de diciembre de 2009

¿Fun, fun, fun o pum, pum, pum?

Sí, ya me he enterado.
Ha llegado la Navidad.
Me ha costado, hijo, no creas.
Sé que debería haberme dado cuenta antes. Sobre todo después de encontrar —por casualidad, no es que yo anduviera fisgoneando— una tableta de turrón de Suchard que estaba oculta en el fondo de un armario de la cocina, detrás de las lentejas (y de la que, tal vez, sólo queda el envoltorio).
Pero últimamente he andado un poco distraída (con el tema de la penitencia y la ristra de rosarios que he tenido que rezar). Y el indicio definitivo, lo que me ha hecho caer en la cuenta de que otra vez había llegado la pandemia navideña, ha sido un sonido estridente en el piso de arriba, como si una manada de elefantes huyera en estampida.
No, mi vecina no ha convertido su casa en un Belén viviente ambientado en la sabana africana.
La cuestión es que, como cada año, sus nietas han venido para pasar las fiestas.
Y si las mías son un dolor de muelas, las suyas son la encarnación del demonio.
Desde las nueve de la mañana hasta las once de la noche se pasan el día saltando, arrastrando sillas, lanzando cosas al suelo, derramando botes de canicas y corriendo como si las persiguiera el hombre del saco.
Mi nieta la empresaria dice que no debería quejarme. Dice que “sólo son niñas”.
Mentira. Son un instrumento de Dios para castigarme por mis pecados.
Ya no puedo ver la telenovela tranquila porque los ruidos que salen de esa casa son insoportables. Hasta he pensado llamar a los servicios sociales para que les hagan una visita porque su comportamiento no es normal. ¡Es que están asilvestradas!
Pero he encontrado una solución menos agresiva.
Ahora me siento en el sofá con una escoba al lado. Y cada vez que hacen ruido golpeo el techo con fuerza.
Lo bueno es que eso parece calmarlas y me da un respiro hasta su próximo ataque histérico. Lo malo es que he abierto un agujero en la escayola y mi hija se ha puesto hecha un basilisco y ha dicho que el arreglo saldrá de mi pensión.
Así que...
¡Odio a las nietas del prójimo y odio la Navidad!
(Va a ser verdad lo que dice mi nieta la licenciada. En estas fechas, y con la iluminación adecuada, me parezco bastante al Grinch)

domingo, 6 de diciembre de 2009

Esqueletos en el armario

-Perdóneme, padre, porque he pecado.
-¿Otra vez por aquí, doña María? ¿No nos vimos la semana pasada?
-¿Sí? No lo recuerdo. ¿Acaso lleva usted un registro?
-Lo llevo. ¿Y qué ha hecho esta vez?
-He ocultado la verdad.
-Ya veo. ¿Como cuando no le dijo a su nieta la empresaria que habían llamado del banco y estuvieron a punto de embargarle la casa?
-Peor.
-¿Como cuando no le dijo a su nieta la licenciada que habían adelantado la hora de su entrevista de trabajo, porque estaba enfadada con ella por haberla obligado a comer lentejas?
-Peor.
-¿Como cuando no le dijo a su nieta la emancipada que había un piso de alquiler muy barato cerca de su casa para que se fuera a vivir bien lejos de usted?
-Peor, padre, peor.
-Pues no sé si habrá penitencia para nada peor, doña María. ¿Qué es lo que ha hecho?
-He fingido ser una abuela de verdad.
-¿Cómo?
-Pues verá, padre. Resulta que un día se me ocurrió crear un blog para dejar constancia de mi paso por este mundo y lamentarme amargamente de las perrerías que me hacen mis nietas. Pero puede que, tal vez, por casualidad, de forma accidental y sin ninguna premeditación, se me olvidara mencionar que no soy una persona de carne y hueso.
-Ay, doña María, doña María. Es usted incorregible. ¿Y no se le ocurrió pensar que alguno de sus lectores podría creer que era usted real?
-La verdad es que no, padre. Ni se me pasó por la cabeza. Yo sólo quería llenar un vacío. ¿Sabe usted que mis nietas se criaron en una cultura sin abuelos? Le diré cuáles fueron sus referentes: el abuelo de Heidi (que se pasaba todo el día solo en la montaña… con las ovejas), la abuela de Caperucita (que se hacía la enferma y obligaba a su pobre nieta a adentrarse sola en un bosque plagado de animales salvajes) y el abuelo de los Simpsons (que… era el abuelo de los Simpsons). Alguien tenía que asumir la tarea de dar ejemplo a nuestros jóvenes, padre.
-Muy loable por su parte. Pero la cuestión es: ¿está arrepentida?
-Sí, padre, mucho. Mucho, mucho, mucho. Tanto que incluso he pensado en mi castigo. ¿Le parece justo que rece diez rosarios y además haga una sustanciosa donación a la parroquia?
-Me parece justo. Pero además, tendrá que “salir del armario”.
-¿Padre?
-Confesar, doña María, confesar. Ya sabe, algo como: “Sólo soy una abuela de papel. Si me pinchas no sangro, si me haces cosquillas no río, si me envenenas no muero, si me ofendes…”
-… si me ofenden encontraré la forma de vengarme, padre. Por muy de mentiras que sea.
-¿Ya está pensando en nuevas formas de pecar?
-No, padre, no. Una y no más, se lo juro por Dios.
-¡Eso es una blasfemia!
-¡Mil disculpas! Añadiré otro rosario a mi penitencia. Pero, padre, ¿cree…?
-¿Qué?
-¿Cree que me perdonarán?
-Sólo el Señor lo sabe, doña María. Aunque debería prepararse. Por si deciden todos enviarla al Infierno.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Vestida para la Muerte

No tengo nada que ponerme.
Lo he comprobado, hijo. Llevo cuatro días abriendo armarios, vaciando cajones, rebuscando bajo las camas y entre los kilos y kilos de basura que he ido acumulando a lo largo de los años en la buhardilla de mi casa.
Resultado:
Prendas que ponerme: 0 – Huesos doloridos: todos.
Me he probado faldas largas y faldas cortas, camisas de verano y camisas de invierno, pantalones y bermudas, abrigos de lana, de piel de vaca y de piel de conejo. Me he puesto zapatos de tacón, zapatillas de estar por casa, chancletas y hasta deportivas. He encontrado trajes apolillados de los años 40, 50, 60, 70, 80 y 90. He descubierto que mi traje de novia ha encogido una barbaridad con el paso de los años y que, a mi edad, no luzco muy hermosa llevando una camisa con chorreras, unos pantalones con pata de elefante y unos zapatos de plataforma.
En definitiva:
QUE-NO-TENGO-NADA-QUE-PONERME.
A ver, entiéndeme, no es que ahora mismo vaya desnuda por la casa con el frío que hace. Tengo ropa, claro que sí, ropa que me cabe y ropa que, ejem, me está un pelín justa. La cuestión es que no tengo nada que ponerme…
…para cuando me muera.
Sí, hijo, sí. Estoy eligiendo mi mortaja.
No te preocupes, no me voy a morir. Estoy más sana que una lechuga y ya sabes eso que dicen sobre la mala hierba. Lo que pasa es que me he dado cuenta de que si no elijo yo la ropa con la que quiero que me entierren, lo harán mis nietas.
¡Y no pienso presentarme en el otro barrio ataviada con un vestido rosa de muselina lleno de lazos y volantes!
Que las conozco, y seguro que ya están maquinando su última venganza.
De todas formas, esperaré a las rebajas de enero para ir de compras, porque no está la cosa como para derrochar el dinero.
¿Sabes lo único que no me falta, hijo? La ropa interior. Porque ya me lo dijo mi madre (que en paz descanse):
“Hagas lo que hagas, ponte bragas”.
Y hace tiempo que tengo unas reservadas para la ocasión.

sábado, 21 de noviembre de 2009

De mayor quiero ser teatrera

Para Marco.
Resulta que mi nieta la licencia es una pirómana, hijo.
Pero no en el sentido habitual del término. No es que le guste convertir mi bote de laca para el pelo en un lanzallamas, ni que disfrute haciendo fogatas en su habitación con una cerilla, un poco de disolvente y los cuadernos donde escribo este blog.
Lo que pasa es que es adicta a las piras.
Lo que pasa es que le encanta gastar un montón de dinero apuntándose a cientos de cursos para luego faltar a clase a la menor oportunidad.
Lo que pasa es que obtiene placer quedándose en casa tirada en el sofá y viendo la tele cuando debería estar aprendiendo algo útil, para variar.
Reconozco que al menos la niña tiene talento para buscar excusas que justifiquen sus ausencias. En lo que llevamos de curso ha tenido la gripe A dos veces, ha sufrido horribles calambres menstruales en seis ocasiones, ha experimentado mareos y náuseas matutinas tres días seguidos (seguramente provocadas por un embarazo psicológico, porque como el padre no fuera el Espíritu Santo…) y ¡oh! mi favorita, la pobre se ha visto obligada a enterrar a su abuela, o sea una servidora, dos veces en el mismo mes (una que es dura de pelar y se ha apuntado a eso de la resurrección).
Mi hija se pone mala cada vez que la niña hace pira, pero a mí me encanta. Porque es realmente divertido verla poner cara de enferma y voz de moribunda.
-¿Me puedes hacer un zumo, abuelita? Es que no me encuentro bien.
Sí, claro. ¿Acaso tengo cara de exprimidor?
-Ah, ¿pero estás enferma? ¿Y qué te pasa?
-Que estoy resfriada.
Le pongo la mano en la frente y está más fría que mi primer cadáver.
-Estás ardiendo, hija. Vamos, vamos al baño. Hay que darte una ducha con agua helada para que te baje la fiebre.
-¡Que no, abuela! ¡Que no me quiero bañar!
-Que sí, hija, que sí. Y luego te metes a la cama y duermes un rato mientras yo te preparo algo que te va a quitar el resfriado en un santiamén.
-¡Abuela, que no! ¡Que estoy bien aquí viendo la tele! ¡Y no quiero ningún mejunje asqueroso!
-Calla, hija, calla, que estás delirando por la fiebre. Primero la ducha, luego la cama, y luego te doy unas friegas con Vicks VapoRub para abrir los pulmones...
-¡Ni de coña, que eso huele fatal!
-... y te corto unas cebollas para ponerte en la mesilla, que dicen en la tele que son buenas para los mocos y…
-¡Déjame, abuela! Olvídalo. Mira, ya me siento mucho mejor. ¿Sabes qué? Me voy clase.
Está claro, hijo. El alma teatrera la heredó de mí.

martes, 17 de noviembre de 2009

Adiós, adiós... hasta nunca jamás

Sé que no puedes verme, hijo, pero haz un esfuerzo y trata de imaginarme.
Yo.
Ya sabes, pequeña, encorvada, escaso pelo blanco en la cabeza y cara de urraca.
Vestida con mi bata rosa de lana y mis zapatillas azules forradas de borreguito.
(Ni se te ocurra intentar imaginar lo que llevo debajo, depravado)
Una sonrisa desdentada de oreja a oreja.
Los brazos en alto. Castañuelas en las manos.
Y… bailando una jota navarra en el salón de casa.

Lógicamente te preguntarás: ¿por qué se arriesga Doña María a romperse la cadera y terminar en una silla de ruedas para el resto de sus días?
Pues porque estoy de celebración.
¡¡¡Mi nieta la pequeña se ha marchado de casa!!!
Desde que ayer por la noche cogió las maletas y salió por la puerta no puedo dejar de bailar, porque, demonios, ya iba siendo hora de que una de estas harpías abandonara el nido.
¡Una menos con la que pelearme por el mando a distancia!
¡Una menos que me dibujará bigote en la cara cuando me quede dormida en el sofá!
¡Una menos que tratará de engatusarme para que le deje mi piso cuando muera!
Deberías haber visto el momento de la despedida.
Mi hija era un mar de lágrimas.
Mi nieta la empresaria era un mar de lágrimas.
Mi nieta la licenciada era un mar de lágrimas.
El perro era un mar de lágrimas.
Yo por el contrario, seguía con mi baile particular. El gato y una servidora fuimos los únicos capaces de conservar la compostura. ¿Llorar para qué?
Que se vaya, que se vaya.
Y que no vuelta. Ya tengo planes para su habitación.

(Sí, ya sé que la foto la he usado en otra ocasión, pero es que estoy haciendo algo muy moderno. Se llama reciclar. Otro día te doy una lección sobre el tema, hijo)

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Y el diablo inventó las legumbres

Dicen que la vejez es un retorno a la niñez.
Y tanto.
Martes 10 de noviembre de 2009. 14:30 horas.
Estoy sentada en el sofá viendo la tele cuando de pronto las paredes y el suelo bajo mis pies tiemblan como si se estuviera produciendo un terremoto.
Pero no. Es sólo el grito de mi nieta:
¡¡¡¡A COMEEEEEEERRRRRRRRRRR!!!!
Me levanto y me dirijo a la cocina. La mesa está puesta. El gato está dormido en mi silla. Mis nietas me miran como lobas hambrientas. El perro babea en un rincón.
Tiro a Lucifer al suelo, me siento, cojo la cuchara y…
¡Buaj!
Lentejas.
“Comida de viejas. Si quieres las comes y si no las dejas.”
Mentira.
-A mí esto no me gusta -digo.
-Abuela, cómete las lentejas.
-Que te digo que a mí este mejunje nunca me ha gustado y no me lo pienso comer.
-Abuela, mamá hace lentejas una vez a la semana y tú comes lentejas una vez a la semana.
-¿Yo? Mentira. Hace años que no las pruebo. Si a mí estas cosas me dan mucho asco.
Dejo la cuchara en el plato y me cruzo de brazos.
-Si no te comes las lentejas no hay segundo plato.
-Seguro.
-No te vas a levantar de la mesa hasta que te las comas, abuela.
-Lo que tú digas.
-Si no te las comes hoy, te estarán esperando mañana.
-Anda, anda, deja de decir memeces.
-Si no hay lentejas no hay postre.
Miro a mi nieta a la cara.
-¿Qué postre?
-Tarta de manzana.
Suspiro. En fin. Vuelvo a coger la cuchara, la hundo en el mejunje marrón, la cargo hasta los topes y me la llevo a la boca. Me termino todo el plato de lentejas. Rebaño el plato de lentejas.
Y de premio, dos trozos de pastel.
Moraleja:
Los que hacen los refranes son idiotas. Mis nietas son unas negreras. Las lentejas son asquerosas. A los perros no les interesan las legumbres. Mi hija debería variar un poco el menú.
Y lo más importante: todos tenemos un precio.
Yo haría cualquier cosa por un trozo de tarta de manzana.

jueves, 5 de noviembre de 2009

¡Qué bonito es el amor!

Pues claro que no.
Hazme caso, hijo. Es malo. Es un cáncer. Y causa estupidez crónica.
El otro día me encontré con una antigua vecina a la que sus hijos consiguieron encerrar en una residencia. (Y todo porque no me hizo caso cuando le aconsejé encadenarse a la nevera para evitar que se la llevaran).
Resulta que está encantada de la vida. Resulta que es la mujer más feliz del mundo. ¿Y por qué?
Porque nunca ha tenido dos dedos frente y es idiota.
Dice que se ha enamorado.
Dice que se va a casar.
¡¡A los 79 años!!
¿Para qué demonios quiere un marido a estas alturas de su vida? ¡Si le va a durar dos días! Porque no se ha comprometido con un jovencito lozano y saludable, no. Lo ha hecho con un viejo seis años mayor que ella. ¿Qué pretende? ¿No tuvo bastante con lavar los calzoncillos de su primer marido durante treinta años? ¿Ahora quiere pasar sus últimos días cambiándole los pañales al segundo?
Atontada.
Me han invitado a la boda.
No pensaba ir porque se celebrará en la residencia y no quiero arriesgarme a que alguna de las carceleras me confunda con uno de sus internos y luego no me dejen salir.
Pero he cambiado de opinión. Pienso ir, claro que sí.
Y cuando llegue el momento de tirar arroz sobre los novios, yo pienso lanzarle un ladrillo a mi vecina en toda la cabeza a ver si la muy tonta espabila y se da cuenta de que se ha casado con un vejestorio.
Con lo bien que se vive sola, cuando te has librado del marido, de los hijos y hasta de los nietos. ¿Quién, en su sano juicio, cambiaría semejante libertad por ver cada día al despertar un rostro como éste?


¿Ves como yo tenía razón? El amor no es ciego. Es una enfermedad. Un mal que afecta a la mente y que convierte un monstruo en un príncipe azul.
Y créeme, hijo. La única cura que parece funcionar es el ladrillazo en la cabeza.

(Por cierto, si la foto del novio está tan estropeada es porque fue tomada cuando aún era joven, así que imagina cómo es ahora)

sábado, 31 de octubre de 2009

Yo, mártir

Recuerdo otro 31 de octubre.
Llovía.
Llovía mucho y hacía frío, porque en aquellos días llovía y hacía frío cuando tenía que llover y hacer frío. Y no como ahora.
Yo, sin embargo, estaba empapada en sudor y los dolores eran insoportables.
Por aquel entonces no había calmantes para aliviarme, como mucho un palo para morder y una cierta permisividad en lo que a insultos contra Dios se refiere.
Me pasé 15 horas sudando, sufriendo, sudando, sufriendo. Maldiciendo.
Hasta que se dignó a venir al mundo.
Gordita, fea, arrugada. Sucia.
De eso hace 57 años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Y me sigue doliendo como si hubiera sido ayer.
No entiendo por qué se celebran los cumpleaños de los hijos, la verdad. Lo que debería celebrarse es el valor de las madres, su tolerancia al dolor, su capacidad para pasar por un infierno de calambres, sangre y gritos para que el resultado final sea una pasa jugosa y maloliente que te dará un disgusto tras otro.
Les das la vida, los alimentas, los vistes, tratas de educarlos, y ellos se cagan por todas partes, vomitan, te contestan, se escapan de casa a la hora de la siesta y al final te dan tres nietas que se dedican al terrorismo contra la tercera edad.
Hoy debería celebrarse mi grandeza y no el que mi hija esté cada vez más cerca de los 60. Los regalos deberían hacérmelos a mí, la fiesta debería ser en mi honor. Pero como mucho podré aspirar a un trozo de tarta.
Pues nada, hija. Que sepas que todavía te guardo rencor por las estrías, las varices y demás lindezas del embarazo, aunque me consuela saber que tú pasaste por lo mismo.
Tres veces.
¿No fue divertido, verdad? Pues prepárate. Porque a partir de ahora las cosas irán de mal en peor.
FELIZ CUMPLEAÑOS.

martes, 27 de octubre de 2009

Si Maquiavelo levantara la cabeza...

El cambio de hora es un pésimo invento, hijo.
¿Por qué? Pues porque cuando me sobra tiempo, me da por pensar, y cuando pienso lo hago en cosas como ésta:
Tengo tres nietas.
Espero casarlas en los próximos cinco años.
Mi intención es vivir al menos un par de décadas más.
Si se reproducen, cada una podría tener, digamos, un máximo de tres hijos.
Ergo
…antes de morirme podría juntarme con nueve biznietos.

Nueve.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve.
Nueve individuos que serán carne y sangre de mis nietas.
Nueve niños gritones, meones, cagones y llorones que me estropearán el momento de la telenovela.
¿En qué demonios estaba pensando cuando me obsesioné con la idea de encontrarles un marido?
¡Ah, sí! En que era la única forma de que se largaran de casa de una vez y poder ser la dueña y señora del mando a distancia.
Entonces la cuestión es, ¿cómo consigo casarlas a todas evitando que traigan al mundo a su infame prole?
Algo se me ocurrirá. Pero se aceptan sugerencias.

(Vale. Has contando el número de bebés de la foto y resulta que sólo hay ocho. No te pongas en plan caprichoso, hijo. No es culpa mía que los partos de ¿nonallizos? sean uno entre mil millones)

domingo, 18 de octubre de 2009

Pajarracas

Urraca.
Dícese del pájaro que tiene cerca de medio metro de largo y unos seis decímetros de envergadura, con pico y pies negruzcos, y plumaje blanco en el vientre y arranque de las alas, y negro con reflejos metálicos en el resto del cuerpo. Abunda en España, se domestica con facilidad, es vocinglero, remeda palabras y trozos cortos de música, y suele llevarse al nido objetos pequeños, sobre todo si son brillantes.
He ahí la definición del diccionario. Pésima por cierto.
(Me parece a mí que los insignes miembros de la RAE le encargaron ésta en particular a algún becario)
O sea, que te llamen urraca no es un halago precisamente. Lo que significa que mis nietas llevan algún tiempo insultándome en mi propia cara.
¿Y qué si, ahora que estoy encogiendo, mi gran nariz parece un pico?
¿Y qué si, dado que cada vez estoy más sorda, soy un poco vocinglera y hablo demasiado alto?
¿Y qué si, puesto que tengo mucho tiempo libre, me dedico a limpiar y recoger las cosas que se quedan fuera de su sitio –en especial si se trata de dinero– y me las meto al bolsillo y luego se me olvida comunicar a su dueña que están en mi poder?


¿Son esas razones suficientes para que mis nietas se dediquen a llamarme urraca?
Yo diría que no.
Pero peor para ellas.
Porque resulta que hubo una Urraca, con mayúscula, que fue reina de León y Castilla, y se casó con un tal Alfonso I, al que apodaban el batallador. Y aunque su marido era un cafre que se pasaba el día a la gresca, todas las peleas las ganaba ella.
Siempre es posible darle la vuelta a la tortilla, hijo. Como en ese refrán. ¿Cómo era? "Si la vida te da limones…" ¡Ah, ya me acuerdo! Si la vida te da limones, hazte unos mojitos y verás la adversidad de otra manera. Y si las cosas siguen estando muy negras, piensa que la cirrosis acabará contigo y con todos tus problemas.

lunes, 12 de octubre de 2009

Abracadabra

El otro día la biznieta de mi vecina (sí, la de la pierna ortopédica) dijo su primera palabra.
Seguro que estás pensando: “¿Y a mí qué? Todos los críos dicen mamá o ajo o algo que en realidad no es una palabra sino un eructo pero que sus padres intentan hacer pasar por un sinónimo de esternocleidomastoideo”.
Pues sí. Pero es que la niña se subió los pañales, se atusó el poco pelo que le cubre la cabeza, se plantó tambaleante frente a su madre y soltó:
“Oviová”
Y después se marcó un zapateado sobre el suelo de madera con sus pequeños patucos mientras en su cabeza, seguramente, sonaba la música de Los Chunguitos.
Es raro lo que los niños eligen como su primera palabra.
Recuerdo que mi nieta la mayor, la empresaria, lo primero que dijo fue:
“Bancarrota”
La pequeña, la casi-emancipada (Ay Dios, que se nos marcha de casa) optó por:
“Alquiler”
Y la que me falta, o sea, la licenciada, la única de mis nietas que ha ido a la universidad, la que se pasó un montón de años estudiando, la que se cree la lumbrera de la familia, dijo:
“Mamá”
¿Decepcionante, eh? Lo hubiera sido, pero es que a esa simple y típica palabra le siguió: “Me complace informarte de que ya sé hablar”.
Así que supongo que en ocasiones las palabras esconden una cierta magia profética.
Y yo me pregunto: ¿Cuál fue la mía? Cuanto más lo pienso más segura estoy de que fue:
“Abuela”
Aunque seguramente después le siguió algún adjetivo muy poco halagüeño sobre mi situación actual.
¿Cuál fue la tuya, hijo mío?
Déjame adivinar: Mmmmmm....¿tetona?

jueves, 8 de octubre de 2009

La dulce envenenadora

Lección del día, hijo. No está bien hablar mal del prójimo.
Dicho lo cual, se entiende que yo, a mi edad, puedo hacer lo que me dé la real gana. Porque las críticas se enquistan y en mi caso, si me muerdo la lengua me marcho al otro barrio.
Así que te cuento. Directa al grano.


No me ha gustado el libro, hijo. Para que te voy a decir que sí, si es que no.
Resulta que al final era todo demasiado descafeinado.
Un sobrino-nieto malvado que quiere matar a su tía-abuela para quedarse con la herencia.
Pues anda que no se ven casos así todos los días en España directo.
El sobrino-nieto y sus amigos maleantes podrían haber aprendido unas cuantas cosas sobre acoso a la tercera edad de mis nietas. Y la coronela Ravaska (así se llamaba la protagonista), pues la señora Linnea Ravaska… iba de víctima por la vida. “Me suicidaré, me suicidaré…” Cielos santo, que poca sangre en las venas. Será porque era finlandesa. Yo en su situación me hubiera olvidado de los venenos y habría escogido una escopeta.
Lo único que me gustó fue el final, cuando la anciana estira la pata (de vieja) y termina junto a su sobrino y sus secuaces en el Infierno, protegida por el bueno de Lucifer.
Ups, te he destripado la historia. Bueno, tampoco tenía tanto misterio ¿no? Era vieja. ¿Acaso te pensabas que iba a vivir eternamente?
Y para rematar el asunto, ojo a la siguiente reflexión en la cabeza perturbada del sobrino-nieto:

“…no debían olvidar que, al fin y al cabo, la condena por asesinato era la misma, con independencia de la edad de la víctima. Lo cual era del todo injusto. Habría sido más equitativo ajustar la pena por homicidio en función de la esperanza de vida de la víctima. Vamos, que si uno se cargaba a un bebé que hubiese podido vivir, por ejemplo, setenta años más, sería razonable una condena de diez años de cárcel, si no más. Pero si, por el contrario, uno se cargaba a un viejo carcamal, debería bastar con una multa, ya que la pérdida tampoco era tan significativa.”

¿Qué puedo decir? Estos escritores de pacotilla siempre dando ideas a la gente. En fin.

domingo, 4 de octubre de 2009

Y el séptimo día...limpió

A veces, los iluminados que escriben los horóscopos del periódico son la monda.
Según mi nieta la licenciada el mío hoy decía:
“Los fines de semana son para descansar”.
Y lo creas o no, hijo, la frase iba con retintín, porque llevo 48 horas sin un minuto de descanso.
¿Qué he estado haciendo?
Limpiar.
He limpiado las ventanas y lavado las cortinas.
He fregado los suelos y pasado la aspiradora.
He quitado el polvo (Sí, debajo de los manteles de ganchillo también).
He sacudido las alfombras y cambiado todas las sábanas.
He puesto cuatro lavadoras y planchado tres toneladas de ropa (bragas, toallas y sostenes incluidos).
He restregado los azulejos de la cocina y el baño y mis manos se han introducido en lugares donde crecía la mugre y una fauna particular adaptada a condiciones de vida extremas.
Les he dado un repaso a las lámparas y me he llevado un buen calambrazo.
Mientras intentaba resucitar las plantas que tengo en el balcón me han dado tentaciones de acabar con mi sufrimiento, pero me ha frenado el miedo a que el resultado no fuera la muerte sino quedarme en una silla de ruedas.
¿Limpieza de primavera en Octubre?
No.
Es que mañana, después de un mes, vuelve de vacaciones mi asistenta. Y no voy a recibirla con la casa hecha una pocilga ¿no?



(En honor a la verdad, puede y sólo puede, que yo me haya pasado todo el fin de semana sentada en el sofá supervisando los trabajos de limpieza y levantando los pies para que mi hija pudiera pasar la escoba por debajo. Pero sólo es una posibilidad)

martes, 29 de septiembre de 2009

Respuestas automáticas

Todo el mundo sabe que a los viejos nos gusta la rutina.
Por ejemplo. Mi vecina la del quinto se despierta, se pone la pierna ortopédica, va al baño, se pone la dentadura, se viste, se pone la peluca y sale a comprar el pan. Siempre en ese orden.
Lo sé porque me lo ha contado.
(A los viejos nos gusta contar esas cosas casi tanto como hablar de nuestros achaques)
El otro día una llamada de teléfono alteró su rutina.
Oyó el ring-ring y se despertó sobresaltada. Se olvidó de la pierna y se cayó al suelo (incluso yo oí el ¡Pum!). Consiguió arrastrarse hasta el teléfono, pensando que sería algo importante, y cuando descolgó, una jovencita trató de hacerle una encuesta sobre su vida sexual. Mi vecina le dijo que de eso ella no tenía, pero no llevaba la dentadura y como no se entendían, al final colgó. Desorientada, cojeó hasta su habitación, hizo la cama, se vistió, ordenó el cajón de las bragas y salió a comprar el pan. Sin pierna, sin dentadura, sin peluca y sin dinero. Obviamente, terminó ingresada en la unidad de psiquiatría del hospital.

Por eso si llamas a mi casa te saltará el contestador:
“Este es el número de teléfono de Doña María. Tengo muchos años y poco tiempo que perder. No me interesa cambiar de compañía, ni quiero más velocidad para correr en Internet. No necesito una demostración de su invento multiuso ni pienso donar una perra de mi escasa pensión a la Sociedad protectora del escarabajo pelotero. Quiero que sepa que es usted un desvergonzado por tratar de aprovecharse de una pobre anciana que podría ser su abuela. Y si es usted una máquina, maldigo a su inventor y me ca…piiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”

(Imagen: Oscar Grillo)

martes, 22 de septiembre de 2009

Operación "Calorina duradera"

A las 11:51 hora peninsular he guardado mi bañador de flores en el armario.
A las 11:52 hora peninsular he sacado mis zapatillas de borreguito, mi bata de lana y mi manta eléctrica.
Ya estoy preparada para afrontar el otoño.
Ahora tengo 89 días, 20 horas y 17 minutos para llevar a cabo la operación “Calorina duradera” que consiste básicamente en aprovisionarme de estufas eléctricas, bolsas de agua caliente, pieles de lobo, de buey almizclero y de oso polar, braseros y leña para hacer alguna fogata en el salón.
Lo justo y necesario para combatir el frío invernal.
¡Ay! Ojalá pudiera hibernar como las marmotas. O emigrar a climas más cálidos como hacen las cigüeñas.
Pero aquí me quedo, dispuesta a afrontar lo que me echen y con un objetivo en mente:
No estirar la pata por culpa de la gripe A.


(Por si no te has topado nunca con uno, hijo, esta es la pinta que tiene un buey almizclero. Más o menos la misma que tienen mis nietas recién levantadas de la cama)

lunes, 21 de septiembre de 2009

La he liado parda

Pues sí. Para qué lo voy a negar.
La he liado parda.
Me he dejado las llaves puestas en la cerradura al salir de casa y luego no podíamos entrar.
Tres horas hemos estado en la calle, bajo la lluvia, sin comer. Yo y mis tres nietas; sólo nos faltaban el organillo y la cabra.
Todo eran caras largas. Dirigidas a mí por supuesto, porque he sido yo la que ha organizado el Belén. El perro sin sacar, el gato sin comida. Todas las luces encendidas. La televisión a todo volumen...
Mi nieta la mayor se ha cargado el DNI, la Visa, dos botellas de Coca-cola y un bote de detergente intentando abrir la dichosa puerta. Y no ha habido manera. Lástima que el nieto de mi vecina la del quinto esté pasando una temporadita en el reformatorio, porque el crío seguro que nos habría solucionado el problema en un santiamén. Ese muchacho sí que tiene talento.
Nuestro salvador se ha presentado cuando le ha dado la real gana. Cuando ya estábamos a punto de tirar la puerta abajo a patadas o a dentelladas.
Ah... pero no ha sido tan fácil la cosa. Nuestra cerradura le ha bajado los humos a Mister Cerrajero. Porque tiene truco y su plastiquito mágico no le ha servido de nada. Y entonces el tío ha desplegado sus herramientas, ha sacado el metro, nos ha desmontado la mirilla, ha dado unas cuantas patadas, ha cogido una especie de palanca, ha vuelto loco al perro...
Y clink.
Ha abierto la puerta y ha estado a punto de ser devorado por las bestias de la casa. Tendrían hambre, digo yo.
Ahora estoy castigada sin llaves, hijo. Pero no me preocupa. Se piensan que soy idiota, pero tengo por ahí guardado un juego de repuesto.
Una que es previsora y lleva unos cuantos años estudiando al enemigo.
¿Alguien quiere apostar sobre cuánto tiempo tardo en volver a liarla parda?

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Centrifugado

Hoy llueve.
Cuando llueve no salgo a la calle por una sencilla razón.
La lluvia es agua. El agua encoge. Y si yo continúo encogiendo, terminaré por desaparecer.
(Dado que eso haría muy felices a mis nietas, obviamente no estoy por la labor).
Dice mi médico de cabecera (que es experto en cubatas de ron con coca-cola y no es ni la mitad de listo que el doctor House) que los viejos no encogemos, nos encorvamos.
Por aquí.
Vale que soy capaz de seguir un rastro porque mi nariz cada vez está más cerca del suelo. Y vale que me ha salido una chepa que mis nietas se dedican a frotar en busca de suerte (por cierto, zorras).
Pero yo he encogido. Antes era una uva grande y jugosa y ahora me he convertido en una pasa minúscula y asquerosa. Tengo una antigua minifalda que me llega por los tobillos para demostrarlo.
Me han metido en la lavadora de la vida y he salido hecha un guiñapo.
Porque el tiempo encoge. Pero también alarga.
Y si no que se lo digan a mis orejas, que a punto están de rozarme los hombros, o a mi nariz, que si sigue creciendo me colgará tanto como mis t…
(Censurado por razones de etiqueta. Pero vamos, la última palabra tiene cinco letras y rima con setas)
Los efectos del agua y del tiempo son inescrutables. Bueno, no tanto. Pero lo que no es inescrutable es lo que está pasando por tu cabeza ahora mismo, hijo. Los hombres sois muy predecibles. Porque lo que a ti de verdad te interesa saber es: “Cuando llegue a los 80 ¿mi soldadito encogerá o se alargará?
No te voy a robar la sorpresa.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Un paso al frente

No me considero una activista.
Más que nada por pereza. Ya estoy mayor para encadenarme a árboles centenarios y no daría muy buen espectáculo si me desnudara para protestar contra el uso de pieles de animales.
Pero hay momentos en la vida que son decisivos.
Momentos en los que tienes que dar un paso al frente y defender tus ideales.
Aunque tengas 84 años y te pinchen las hemorroides.
Hay causas justas.
Batallas que merecen ser libradas.
Guerras que deben ser ganadas.
Así que hoy me planto ante vosotros, armada hasta los dientes y dispuesta a vencer o morir en el intento.
Escuchad mi grito:

¡¡¡BOLSAS GRATIS YA!!!
¡¡¡ABAJO LOS CARRITOS DE LA COMPRA!!!
¡¡¡MUERTE A LAS BOLSAS REUTILIZABLES!!!
¡¡¡BOLSAS GRATIS YA!!!

¿Pero qué clase de medida fascista es esta? ¿Dónde narices voy a meter la basura si no me dan bolsas en el súper? ¿Quieren que la amontone en algún rincón? Claro, para que luego me acusen de tener el síndrome de Diógenes, me metan en una residencia y mis nietas se queden con mi piso.
Ya me veo en la zona de la frutería, robando bolsas y metiéndomelas en el sostén.
¡Majaderos! ¡Me vais a joder la poca vida que me queda! ¿A mí que me importa el medio ambiente si me quedan dos telediarios?

¡¡¡BOLSAS GRATIS YA!!!


(Nota: la de la foto, obviamente, no soy yo. Por su cara, diría que es alguna ama de casa americana, de las que cocinan pastel de manzana y guardan un rifle bajo la almohada)

martes, 1 de septiembre de 2009

¡Mentid, mentid, malditos!

Hay una lección en esta vida que debes aprender cuanto antes, hijo.
Nunca digas la verdad.
¿Simple? Pues ya te digo yo que no.
Es la típica cosa que todo el mundo sabe pero que todo el mundo olvida en el momento menos apropiado.
Repite conmigo (y cópialo en un tu cuaderno cien veces):
Nunca diré la verdad.
Nunca diré la verdad.
Nunca diré la verdad.
¿Lo has memorizado? Hagamos una prueba.
Si tu novia la tetona (porque estamos en la fase de novios ya ¿no?) se compra un sostén dos tallas pequeño que hace que sus enormes “pechugas” rebosen por todos lados, y te pregunta si con él parece un putón verbenero… ¿qué contestas?
¿Cómo?
¿Eh?
¡Más alto que soy vieja y no tengo la trompetilla a mano!
...
...
¡No por Dios, hijo, no! ¡No puedes decirle que parece la versión mormona de Pamela Anderson! ¡¿Vas a dejar que salga así a la calle?! ¿Quieres quedarte sin novia? Porque te aseguro que algún espabilado te la levantará seguro. ¿No te enseñé ya lo de las tetas y las carretas? (Rediós, hijo, no eres muy listo)
La respuesta correcta es:
“No, no pareces un putón verbenero, tetona mía, pero recuerdo que mi ex novia tenía un sostén igualito y a ella la confundían con una pelandusca de veinte euros.”
¿Ves la diferencia?
Dices algo que no es cierto (¿tu ex novia? Sí claro, la lista es larguísima) y consigues lo que quieres (porque si la tetona sale con esa pinta a la calle, el ex novio -y cornudo- vas a ser tú).
Aunque pensándolo bien, no sé. Seguro que te lías y lo haces todo al revés. Mejor hazte el tonto (confía en mí, no te va a costar) y no digas ni mu.
Mejor el silencio que la verdad.
(Pero a mí ni se te ocurra contarme una milonga que te retiro la palabra y los consejos y el aprecio. Mentirle a una anciana, qué vergüenza, hijo, qué vergüenza)

sábado, 22 de agosto de 2009

Nubes de azúcar

El otro día mis nietas me obligaron a ver una película horrible en la que un tipo obsesionado con la amiga de su hija adolescente era asesinado por un militar que resultaba ser mariquita.
No la entendí.
Pero había una escena en la que una chica aparecía desnuda cubierta por cientos de pétalos de rosa.
Y al verla tuve una revelación.
El cielo es una pastelería.
Y el infierno una reunión de diabéticos.

De pronto entré en éxtasis e imaginé mi cuerpo arrugado y viejo refocilándose en una montaña de dulces: tartas de manzana, tartas de arroz, tartas de queso. Milhojas, relámpagos, brazos de gitano, carolinas.
Caramelos de café con leche.
Almendras garrapiñadas.
Mazapanes, turrones, magdalenas, galletas…
Flanes de huevo.
Natillas.
Arroces con leche.
¡Oooohhhh! Se me hace la boca agua.
Sí, lo confieso. Soy una adicta al dulce.
Así que he decidido que cuando muera, quiero que esparzan mis cenizas en la pastelería de El corte inglés.
Y mientras espero seguiré intentando que mis nietas me lleven todos los domingos al buffet chino para así poder zamparme siete postres.
Creo que esta noche me saltaré la cena para ir haciendo hueco para mañana.
Cómo voy a disfrutar.

(Nota: que conste que a mí el dulce no me engorda ¿eh? Y si la ropa me está un poco ajustada es porque en verano retengo mucho líquido, pero que quede claro que yo tengo la misma talla desde hace décadas. Bueno más o menos, pero ni una palabra a las hienas de mis nietas que luego se empeñan en amargarme la vida poniéndome a dieta)

lunes, 17 de agosto de 2009

Ancianitas sobre ruedas

Hay gente que se aburre mucho.
Pero mucho, mucho, mucho, mucho.
Por ejemplo, los inventores de artículos para la Teletienda.
¿Que la programación es un rollo? No pasa nada. Se invierte el tiempo en crear algo completamente inservible que necesita un anuncio de media hora para poder venderse.
Mi vecina la del tercero se gasta la pensión todos los meses en porquerías inútiles tales como:
-Un rallador que corta los rábanos con la forma de una flor de lis. Sólo los rábanos. Lo hemos intentado con otras hortalizas y no ha dado resultado.
-Un cuchillo del tamaño y peso de un hacha de leñador que sólo sirve para cortar latas de cerveza. El pan no. El cuello de su marido tampoco. Sólo latas y sólo de cerveza.
-Un masajeador de pies capaz de hacerte llegar a la gloria durante tres segundos. Pero tiene trampa, por supuesto. Porque para alcanzar ese placer tienes que pasarte una hora haciendo el pino, mientras alguien frota el dichoso masajeador sobre la planta de tus pies. O sea, una mierda.
Total, que están los genios de la teletienda y después están los que, cuando se aburren, inventan cosas como ésta:


Podría despotricar sobre la poca vergüenza que tienen los jóvenes de hoy en día. Podría decir que deberían dedicarse a encontrar una cura contra el reuma en lugar del perder el tiempo inventando un scalextric con ancianas en sillas de ruedas.
Pero resulta que el jueguecito me hace gracia.
Y gracias a Ilazki, que me ha descubierto a las Granny Racers, ya sé lo que voy a pedirles a los Reyes Magos este año. (Aunque ello signifique quedarme sin las bragas que mi hija me regala cada navidad).

domingo, 2 de agosto de 2009

Ver para creer

¡Mi nieta ha cogido el ramo!
¡Mi nieta ha cogido el ramo!
No sé a quién tuvo que matar, ni cuántas cabezas tuvo que pisar. Ella dice que se lo dió la novia, pero ¡qué más da! Lo que importa es que...
¡Mi nieta la mayor tiene el ramo!
Aunque ella lo niegue, yo creo que la cosa fue más o menos así.


¡Todavía hay esperanzas para ésta!
¡Una menos!
¡Ya sólo nos quedan dos!

miércoles, 29 de julio de 2009

Sansón rima con depresión

Devuelve el traje negro que te habías comprado, hijo.
No. No he muerto.
Aún sigo aquí, vivita, coleando y como diría mi nieta la zapatera “dando por saco”.
¿Me has echado de menos?
Yo a ti no, para que vamos a andarnos con tonterías. Al fin y al cabo das mucho trabajo y nunca me escribes contándome tus progresos con la tetona. (A estas alturas habrás conseguido “entrar” en materia ¿no?)
He estado deprimida.
Muy deprimida.
Llevo dos semanas encerrada en casa sin querer salir, comiendo como una gulímica, aferrada al mando a distancia, fastidiando a mis nietas como si el diablo se me hubiera metido en el cuerpo.
Sí. Soy de esas, ¿qué te pensabas? Si yo sufro, el mundo entero sufre conmigo. Si estoy cabreada, ten por seguro que todos a mi alrededor terminarán cabreados. Histéricos. Desquiciados.
Vivir es compartir.
Y envejecer es padecer.
Padecer que tus uñas y tu pelo crezcan a un ritmo de vértigo.
Padecer que la gente a tu alrededor se piense que no tienes criterio.
Padecer que otros tomen las decisiones por ti.
—Bien corto.
Esas fueron las palabras de mi hija.
Y a la maldita peluquera sólo le faltó lanzar las tijeras al aire, bailar una sevillana y después raparme la cabeza.
Cabrona.
Ahora ha crecido un poco. Pero cuando salí de aquel antro de tortura estuve tentada de ir a poner una denuncia. Porque si mis orejas son ya de por sí de buen tamaño, imagínate la pinta que tengo ahora sin pelo en el cogote.



Algo así pero en vieja y arrugada.
Mi nieta la licenciada ha aprovechado la situación. Cómo no. Me llama “teniente O’neal”. Yo ese no sé quién es pero estoy segura de que la muy jodida se está riendo a mí costa.
Así que se la guardo.
Dulces sueños, nietecita. Tu abuela te velará con unas tijeras en la mano.

viernes, 3 de julio de 2009

¡Banzai!

Enfrente de mi casa están terminando de construir un edificio horroroso que me ha robado las vistas que tenía desde mi balcón.
Podría haberme quejado al Alcalde, podría haber llamado a la prensa para dar pena por televisión o podría haberme encadenado a una farola y haberme declarado en huelga de hambre. Pero no tengo vocación de mártir y total, tampoco es que yo sea de las que pierden el tiempo mirando por la ventana.
(Estoy demasiado ocupada viendo la tele, torturando a mis nietas y escribiendo este blog)
Hoy he salido de paseo y, aprovechando que no había curritos en la costa, me he colado en las obras.
¿Y para qué? ¿Para sabotearlas? ¿Para cometer algún acto vandálico?
Pues no hijo, no.
Me he colado con un propósito mucho más elevado.
Están terminando de pavimentar los soportales y he visto una montaña de baldosas en un rincón. Todas perfectamente apiladas.
No me he podido resistir.
He intentado coger una pero la muy jodida pesaba una tonelada. La he tirado al suelo. Se ha partido en cuatro trozos. Perfecto. Me he armado de valor, me he agachado, he cogido dos de los pedazos y me los he guardado en el bolso.
Lo he comprobado. No ha habido testigos de mi pequeño hurto.
Ahora ya estoy lista.
Bragas limpias. Hecho.
Ropa fácil de quitar. Hecho.
Zapatos cómodos. Hecho.
Adoquines en el bolso. Hecho.
Pues nada, hijo. Que me voy a las rebajas.
Necesito un sostén nuevo.

miércoles, 1 de julio de 2009

Sabiduría recalentada

Qué calor. Qué calor. Qué calor.
¡Ba!
¡Pesados!
Pues sí, hace mucho calor. ¿Y qué? ¿Acaso no ha ocurrido nada más en el mundo? ¿Toda la humanidad ha sufrido una insolación y es incapaz de hablar de otra cosa?
Idiotas.
Los mercurios se disparan y los cerebros se apagan. ¡Vaya panorama!
Aunque...
¡Virgen, qué asfixia!
Me he pasado toda la mañana rehogadita en mi propio sudor. ¡Si hasta me he tenido que quitar el sostén porque no podía respirar!
(Tú, muchacho, ni se te ocurra conjurar imágenes de mi cuerpo desnudo en tu sucia cabecita de adolescente salido. Un respeto a tus mayores)
La culpa es de las matemáticas, porque:
Ventilador apagado = Churrasco de abuelita a la parrilla
Ventilador encendido = Cubitos de hielo de ancianita
No hay término medio en esta vida, hijo. Y yo, si tengo que elegir entre frío y calor, pues me quedo con el segundo, porque así me voy entrenando para cuando me vaya al otro barrio.
(Los dos sabemos que en mi próxima residencia el presidente de la comunidad se llama Lucifer y le gusta tener la calefacción todo el día encendida)
A pesar de los pesares, todo tiene arreglo en esta vida. Y para que veas que soy generosa te voy a dar la solución, y así de paso recupero mis obligaciones pedagógicas que las tenía un poco abandonadas.

"Cuando haga mucho calor, olvídate del ventilador.
Busca tres idiotas y que te abaniquen de sol a sol."

¿Adivinas a quién he encontrado yo?

martes, 16 de junio de 2009

Aromas, bastones y verdades

He estado pensando.
Sí, a veces pienso.
Me he dado cuenta de que llegar a viejo tiene sus ventajas. No muchas, pero sí alguna.
Por ejemplo:

1. Puedes decir lo que te dé la gana. Puedes ponerte frente a un chico que lleva un pendiente en la oreja y pontificar sobre que hoy en día los hombres son todos unos mariquitas. Y lo puedes hacer sin miedo a llevarte un guantazo.
2. Puedes drogarte de forma legal. ¡Que vivan las pastillas de todos los colores! Ésta pa la tensión, ésta pa el corazón, ésta pa la memoria, ésta pa que las otras no te hagan estirar la pata… Y además, gratis.
3. Puedes arrearle un bastonazo a todo aquel que se interponga en tu camino. Sin remordimientos, porque nadie te va a devolver el golpe. Puedes incluso zumbarle a alguien sin motivo aparente y asegurar que ha sido un espasmo muscular.
4. Puedes desayunar cuatro veces seguidas o comerte cinco postres o merendar tres pasteles y después hacerte la loca y echarle la culpa al alzheimer. (El señor Alzheimer es un chivo expiatorio muy socorrido).

Pero si eres una mujer y eres vieja hay algo que debes tener en cuenta:

Te van a regalar la colonia de Carmen Sevilla te pongas como te pongas. Aunque la odies. Aunque te den ganas de hacerte un asado de cordero con sus ovejitas. Aunque prefieras la colonia de Britney Spears porque ¡qué caramba! mejor parecer una multimillonaria y joven estrella del pop que una vieja gloria que se cree que con dos trozos de celo en la nuca se quita veinte años de encima.
Te la van a regalar y vas a apestar.
Pero siempre puedes resarcirte, decirle al que te ha hecho el regalo que es un gilipollas y un atontado y después darle un bastonazo.
Porque eres vieja.
Y tú lo vales.

viernes, 12 de junio de 2009

Amor a dentelladas

Por una vez, y sin que siente un precedente, seré breve:

¡¡¿Podría el atontado de Edward Cullen comportarse como un hombre y zamparse a la insulsa de Bella de un bocado?!!

Virgen, qué pereza me da la historia de esos dos. Mis nietas andan revolucionadas con ese muchacho, parecen un puñado de gallinas cluecas. ¿Sabes esas niñas de quince años que se arrancan el pelo de la cabeza, se arañan la cara y gritan como unas histéricas porque han visto a David Bisbal a un kilómetro de distancia? Pues esas jovencitas son dulces corderitos al lado de las hienas de mis nietas.
Que si los libros, que si la película, que si el tráiler de la nueva entrega (Por cierto, ¿cuatro? ¿No he sufrido ya bastante? ¿Acaso nadie tiene en consideración que estoy a punto de estirar la pata y lo último que deseo es pasar los días que me restan viendo Crepúsculo y sus secuelas una y otra vez?) ¡Estoy hasta el moño!
Amores inmortales. ¿Quién en su sano juicio querría pasar toda la eternidad junto a su marido? Los hombres se mueren antes por una razón. ¡Para permitir que las mujeres podamos vivir en paz!
Jóvenes del mundo, no os dejéis engañar. Puede que ahora su aspecto de muchachito sexy necesitado de una trasfusión y un buen corte de pelo os haga temblar las piernas, pero os aseguro que con la alimentación que lleva terminará como todos: arrugado como una pasa, con barriga de cervecero, sin pelo en la cabeza pero con abundante bello saliendo de sus orejas y su nariz.
¡A Edward Cullen que le lave los calzoncillos su madre! ¡Y a Bella que le chupen la poca sangre que tiene en el cuerpo!
Fin.

martes, 2 de junio de 2009

Comer o no comer. He ahí la cuestión

(El que avisa no es traidor. No leas esto antes de comer. Contiene referencias escatológicas que podrían provocarte un corte de digestión)

Es lo que tiene la crisis.
Que pagan justos por pecadores.
Un super jefazo de una supermultinacional se pega la gran vida, especula a placer, arriesga hasta los calzoncillos de sus clientes, y cuando la burbuja explota, él se exilia a una isla del Caribe y 5.000 curritos hacen fila frente a las oficinas del INEM.
Pues en mi casa igual.
Mi nieta la licenciada se queda sin trabajo (la culpa es suya ¿a quién se le ocurre estudiar historia? ¿Para qué sirve eso?) y yo me enfrento a morir envenenada cada día a la hora de comer. Porque claro, como la niña no tiene nada mejor que hacer (a parte de intentar apoderarse del mando a distancia) se dedica a cocinar.
¿Alguna vez has probado la caca, hijo?
¡Ba! No te pongas colorado. Seguro que cuando eras pequeño, en una de esas ocasiones en las que tu mamá te dejó a solas sentado en el orinal, tuviste la misma necesidad de experimentar que los demás. Todos hemos metido la mano donde no debíamos y hemos aprendido que lo que sale del cuerpo no debería volver a entrar.
Pues te aseguro que las “delicias” elaboradas por mi nieta la licenciada son mil veces peor que un plato de mierda. Yo estoy perdiendo la chaveta y no podría decirte los ingredientes exactos para cocinar un buen bacalao a la vizcaína, pero sé positivamente que el matarratas no forma parte de la receta.
Para que te hagas una idea, te cuento sus últimas innovaciones culinarias:
-Spaghetti boloñesa. Versión sin carne, pero con algo que parecían trozos de chorizo, con salsa de tomate extra dulce y tan blandos que… mmmm… se deshacían en la boca.
-Puré de calabacín no apto para hipertensos. Aderezado con un kilo de sal, enormes cachos de patata y trozos de miga de pan que pretendían ser picatostes, pero no lo eran.
-Zapatilla de ternera con ajos churruscados “sumergida” en dos litros de aceite de oliva.
-Dorada “del mar al plato”. Tan cruda, tan cruda que estoy convencida de que la pobre me guiñó un ojo.
Y como todo lo que cocina es tan repugnante que ni siquiera ella misma quiere probarlo, llevamos una semana encargando comida: chino, pizza, chino, pizza, chino, pizza…
Esta cría quiere acabar conmigo. ¡Me voy a poner como una foca! Y con la operación biquini ya iniciada, me veo este verano en la playa con traje de neopreno para ocultar los michelines. ¿Me visualizas? ¿Mi cuerpo serrano bien fajado con plástico negro?
¡Líbreme Dios de las licenciadas en paro con nulo talento para la cocina!
(A ésta tampoco la casamos, eso seguro)

miércoles, 20 de mayo de 2009

¿Has visto a este hombre?


Míralo bien. Fíjate en sus ojillos rasgados y en su sonrisa de autosuficiencia. Si lo conoces seguro que entenderás mi odio hacia él.
Doctor Kawashima se hace llamar. ¡Ja! Doctor cabronazo lo llamaría yo. Nunca me han gustado los matasanos pero te aseguro que el disgusto que me provoca este hombre no lo había sentido nunca antes.
Llegó a mi vida camuflado dentro de una maquinita blanca. Un instrumento que parecía inofensivo y que ha resultado ser un caballo de Troya dejado en la playa para atormentarme la vida.
Bueno, lo reconozco. Era un regalo de cumpleaños para mi nieta la mayor. (Por cierto, hijo, haciendo un inciso, todavía no la hemos conseguido casar. No te mentiré, joven no es. De hecho está ya para vestir santos pero, ¿no estarías interesado en hacerme un favorcillo y llevártela de casa?).
A lo que iba, que me distraigo. Cogí la maquinita mientras mi nieta estaba despistada y ahí estaba él. Retándome a un test de edad mental. Así que recogí el guante y seguí sus instrucciones.
Operaciones matemáticas, identificación de colores, ejercicios de retentiva. Me tiré dos horas enteras para resolver todas las pruebas y al final el Doctor Kawashima, con una sonrisa en su estúpida cara me soltó:

“No tenemos valores para expresar su edad mental”.

“Lógico”, pensé yo. Porque soy un auténtico genio y no hay forma de medir mi genialidad.
Pero en realidad lo que el tipo quería decir era que los resultados de mi test indicaban que o bien lo había realizado un simio muy listo o un ser humano muy tonto.
Qué vergüenza, atreverse a insultar a una pobre anciana.
Pero que conste que la culpa es del cacharro ese. Tenías que haberme oído mientras gritaba:
“¡Amarillo!” “¡Azul!” “¡Rojo!” “¡Amarillo!” “¡Amarillo!” “¡¡¡Amarillo!!!” “¡¡¡¡AMARILLOOOOOO!!!” “¡¡¡ESTÚPIDO CHINO TE ESTOY DICIENDO QUE ES AMARILLOOOOOO!!!”
Pienso escribir una queja a los fabricantes, porque los test que me hacen en el ambulatorio para ver qué tal tengo el alzheimer no son tan complicados. Pero vamos, que a mi ese doctor de pacotilla no me torea. Como me llamo María que antes de irme al otro barrio mi edad mental será la de una joven lozana de 20 años y la velocidad de trabajo de mi cerebro superará a la del Concorde.

jueves, 14 de mayo de 2009

No lo repetiré otra vez

Ejem.
Primero:
soy una pésima perdedora. Mala, mala, mala. Mejor que nunca tengas la desgracia de ganarme en algo porque el placer de la victoria no te compensará por las consecuencias terroríficas de semejante afrenta.
Segundo:
¿¿¿4-1??? ¿¿¿4-1??? ¿¿¿4-1???
Tercero:
si has oido en las noticias que ayer se cometieron actos bandálicos, que sepas que uno de los bandalos fui yo. Después del partido salí al balcón, cogí la bandera que había colgado mi nieta y le prendí fuego. (Por cierto que algunos trozos le cayeron a mi vecina de abajo y le carbonizaron todos los geranios).
Cuarto:
Hoy ya estoy más tranquila. Se me ha pasado el mosqueo y veo las cosas con perspectiva. Sólo es un juego. Lo importante es participar. A veces se gana... y a veces te meten cuatro goles por no saber hacer la o con un canuto.

¡Ultima vez que dejo que esos cafres me engañen y me hagan ilusionarme con un imposible!

(Entre tú y yo, hijo, ahora que no nos oye nadie. Renuncio a mi segunda nacionalidad, que yo nací en el Reino de Navarra y allí el Osasuna no da estos disgustos)

martes, 12 de mayo de 2009

Nadar contra corriente. ¿Y para qué?

Lo he intentado con todas mis fuerzas. De verdad que sí, hijo.
He puesto todo mi empeño, todas mis ganas y aún así no he tenido más remedio que rendirme.
¡Yo! Que durante toda mi vida he luchado con uñas y dientes para resistirme a la atracción de los fenómenos de masas.¡Yo! Que he despotricado de una y mil maneras contra los borregos que se unen para gritar al unísono: ¡¡Beeeeeeeeeeeee!!
Mírame ahora. Como diría mi nieta la mayor: me he bajado los pantalones.
Lo peor es que mi plan estaba funcionando. Llevaba cuatro días encerrada en casa, con las persianas bajadas y la televisión desconectada. Sólo salía de la cama para comer e ir al retrete y aún así me han atrapado.
La culpa la tiene mi nieta la pequeña. Maldita sea su estampa. Para una vez que se le ocurre pisar mi casa y lo hace vestida con esa camiseta.
La rojiblanca.
Fue verla y sentir la fiebre. La euforia me invadió y la adrenalina recorrió mis viejos miembros. Me sentí poseída. Salté de la cama, salí a la terraza vestida solo con mi camisón y grité a los cuatro vientos:
«¡¡¡Athleeeeeeeeeeeetic!!!»
«¡¡¡Riau!!!» contestaron varios forofos que pasaban por la calle en aquel momento.
Fue un momento mágico. Orgásmico (sí, hijo, no te me sonrojes, que yo también he sido joven y he tenido mis… ejem… gratificaciones).
Así que aquí estoy. Sentada en el sofá viendo el Teleberri, con mi camiseta a rayas rojas y blancas, mi gorra con el escudo del Athletic y la bufanda alrededor del cuello. Yo, que nunca he sido futbolera y no tengo idea del nombre de uno solo de los jugadores. Si hasta he convencido a mi nieta la pequeña para que cuelgue una bandera en mi balcón.
La muy zorra dice que soy una vendida. Una chaquetera. Me ha llamado traidora, “esquirola” porque ni siquiera soy de Bilbao.
Hoy todo me da lo mismo. Hoy hasta podría aceptar dejarle mis perlas cuando me muera. Porque los de Bilbao nacemos donde queremos y nos empadronamos cuando nos da la gana. Nunca es tarde, hijo. Aprovecha y únete a nosotros.
Mañana es el gran día.
Espero que Dios no me la juegue, me conceda una prórroga y me permita disfrutar del partido del siglo.
Porque…
¡¡¡ESTA COPA, LA VAMOS A GANAR!!!


Lástima no tener ¿treinta? ¿cuarenta? años menos para haber ido a Valencia, porque como ganemos ¡van a tener unas nuevas Fallas!

jueves, 7 de mayo de 2009

El pan de cada día

A ver si me explico.
¡Yo tengo una vida!
Tal vez te pienses que mi día a día se reduce a contar los minutos sentada en el sofá mientras intento contener al máximo las ganas de visitar el retrete.
Pero te equivocas. Y de qué modo. Lee y aprende. Mi rutina en 15 pasos.

1. Abro un ojo y me aseguro de estar todavía en este barrio. Me levanto, me cambio de ropa y hago mi cama (se sobreentiende que entremedias he visitado el baño para mear y para peinarme los cuatro pelos que adornan mi preciosa cabecita).
2. Desayuno. Bueno, sólo si me acuerdo.
3. Bajo a casa de mi hija y, si mis nietas continúan durmiendo, les enciendo la luz y las obligo a despertarse para que me enciendan el televisor.
4. Me siento en el sofá, encajo mi cuerpo en la silueta que he dejado en los cojines y me preparo para la maratón.
5. Me informo de lo que ha pasado en el mundo con Los desayunos de TVE.
6. Me trago Saber Vivir, porque no sé si lo sabes, pero cuando llegas a viejo quieres conocer hasta el más mínimo truquito para prolongar un poco más tu patética existencia.
7. Veo Esta mañana. Sé que algún día no muy lejano, mi vecina aparecerá en pantalla por haber matado al idiota de su marido de un buen sartenazo.
8. Me siento en la mesa para comer. Para entonces alguna de mis nietas ya ha regresado del trabajo y me ha preparado la manduca.
9. Me como el postre y me vuelvo al sofá a ver el telediario.
10. Empieza mi parte favorita del día: mis nietas quieren ver ese programilla de bailarines mariquitas y yo quiero ver La Primera. Así que inicio la táctica de “El día de la marmota”.
11. Después de una hora mis nietas se tiran de los pelos, se rasgan las vestiduras y cambian de canal. Comienza el culebrón: primero Amar en tiempos revueltos, luego Doña Barbara y después Victoria. No me entero de nada porque me paso todo el rato roncando en el sofá.
12. Me despierto a tiempo para ver España directo y después Gente. Sigo esperando ver a mi vecina con los rulos en la cabeza y la sartén en la mano. Otro día será.
13. Me dan de cenar. Mientras tanto veo el telediario y me sorprendo con cada noticia porque la verdad es que se me ha olvidado todo desde la hora de la comida.
14. Comienza la fase 2 de “El día de la marmota”. Mis nietas quieren ver una serie de esas creadas por el Maligno y yo sigo queriendo ver La Primera. Los ojos me escuecen más que nunca, no puedo abrirlos, necesito gotas y gotas y gotas. Pero las muy jodidas hacen oídos sordos de mis súplicas y concentran toda su atención en el televisor.
15. Derrotada me subo a mi casa y me meto en la cama. Tardo un minuto en quedarme dormida. Mi último pensamiento: “Mañana más”.

¿Te parece que con semejante agenda tengo tiempo de preocuparme por escribir en este maldito blog? ¿Y si me pierdo algo importante? ¿Y si descubren la cura contra el mal que aqueja mis ojos y yo no me entero? ¿Y si anuncian que me van a subir la pensión y yo estoy por ahí tratando de idear una historieta para contarte?
¡Búscate una novia, hijo! ¡Insiste con la tetona!
No es sano que estés obsesionado conmigo, ¡podría ser tu abuela!

miércoles, 29 de abril de 2009

Lobos con piel de oveja

Mi enemigo se llama Lucifer.
Sí, hijo, sí. Como el maligno.
Y al igual que Él se presenta bajo una apariencia hermosa capaz de embaucar a los incautos. Pero yo no tengo un pelo de tonta y a mí este cabrón no me engaña. ¡Faltaría más!
Trata de hipnotizarme con sus enormes ojos verdes, con esa mirada inocente, limpia y curiosa. Casi puedo oírle susurrar:
‹‹Mírame. ¿A que soy mono?››
‹‹Dame de comer. ¿No ves lo tierno que resulto con esta pinta de peluche que tengo?››
‹‹Acaríciame, ráscame la panza. Sé que lo estás deseando y yo también. Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrr….››
Mis nietas le llaman ‹‹Cuqui››, ‹‹Luci››, ‹‹minino››.
Sí. ‹‹Lindo gatito››. Y un cuerno.
Es un bicho inmundo. Pero yo le conozco. Vamos si le conozco, como si lo hubiera parido. Porque en cuanto me descuido el muy ladino me la juega.
El otro día estaba viendo (sufriendo más bien) Saber Vivir en la tele y me levanté de mi sillón para orinar (sí hijo, no te me sonrojes, tarde o temprano todos tenemos que mear). Después del esfuerzo de ponerme en pie, de sentarme en el váter y volver a levantarme (qué duro es llegar a viejo) regreso a mi sofá y ahí estaba él. Repantingado panza arriba en mi sitio, dormido como si llevara allí dos horas y no dos minutos. Le empujo para tirarlo al suelo, y el muy perro se restriega contra la tela como si fuera una croqueta y cuando le doy más fuerte se aferra con las uñas y se pone a maullar. ‹‹No me tires, no me tires, que soy muy mono››. Pero yo sé que lo está diciendo es ‹‹Me las pagarás, vieja chocha››.
Y lo pago. Porque después en venganza, el muy cerdo me deja un regalito de caca apestosa justo al lado de su cajón de arena (lo dejo allí para mis nietas, no estoy yo como para agacharme y no poder volver a ponerme tiesa jamás). Y encima es un rencoroso. Se queda dormido encima de mis zapatos y me los deforma por completo. Se tira sobre la ropa recién lavada y me la deja llena de pelos. Mete su cabeza de pigmeo en mi vaso de leche mientras me giro para echarme un poco de café y se lo bebe entero.
Es un hijo de Lucifer.
Pero no importa.
Durante la guerra en mi casa comíamos gato. Se parecía al conejo.
Así que como el ‹‹Cuqui›› me siga fastidiando terminará en el horno.
Total, no sería la primera mascota de mis nietas que se convierte en la cena.

jueves, 23 de abril de 2009

Una marmota. Dos marmotas. Tres marmotas...

Te voy a contar un secreto.
Todos los viejos somos un poco cabrones. Sí, hijo, sí. Lo que has leído. Con todas sus letras.
C-A-B-R-O-N-E-S.
Por algo dicen que la vejez es una segunda infancia. ¿Conoces algo peor que un niño de cuatro años con una rabieta? ¿Uno de esos críos gritones que se tiran al suelo y patalean porque su madre no les quiere comprar una videoconsola de última generación?
Pues los viejos somos igual. Salvo que nosotros no nos tiramos al suelo por temor a no ser capaces de levantarnos jamás.
Por supuesto, tantos años de vida nos han capacitado para utilizar métodos más sofisticados. Por ejemplo, la guerra psicológica. (Y no, hijo, por muchas películas que hayas visto, no la inventaron los americanos. Te aseguro que existe desde el inicio de los tiempos. Me apuesto la pensión del mes que viene a que Eva la usaba contra Adán. Y no viceversa, porque reconócelo, los hombres no sois muy espabilados).


Mi método es muy simple. Cuando una de mis nietas me cambia de canal para ver una de esas series que tanto les gustan (una con mucho sexo, mucha violencia y poca moral) pongo en práctica lo que me gusta denominar como: “El día de la marmota”.
Presta atención:
—¿A qué hora viene tu madre? —pregunto.
—A las seis y media.
Asiento, espero cinco minutos y vuelvo a preguntar:
—¿Dónde está tu hermana?
—Trabajando.
Otros cinco minutos, y cuando me parece que va a pasar algo interesante en la serie le digo:
—No puedo ni abrir los ojos —Me los froto con un pañuelo—. ¿No tienes gotas?
Mi nieta me lanza una mirada matadora pero se levanta para echarme un colirio normal y corriente. Por supuesto, yo hago todo lo posible porque no caiga una sola gota dentro.
—Abuela, no aprietes los párpados.
—Ya te he dicho que no puedo ni abrir los ojos.
Ella bufa. Se pierde un buen trozo de su serie. Y a los cinco minutos vuelvo a preguntar:
—¿A qué hora viene tu madre?
—Te he dicho que a las seis y media.
Otros cinco minutos después:
—Tú madre vendrá a las seis y media ¿no?
—Que sí abuela, que no me dejas escuchar la tele.
—¿Esto es La Primera?
—No. Es Cuatro.
—A mí me gusta La Primera.
—Y a mí me gusta esta serie.
—No dan más que violencia en la televisión. Oye, hija, ¿no tienes gotas para los ojos? Es que no puedo ni abrirlos.
—Te acabo de echar gotas abuela.
—Pues no me han hecho nada de nada. ¿A qué hora viene tu madre?
Y continúo así hasta que mi nieta se pone hecha un basilisco o la serie se termina y se larga cabreada a leer un libro. (No sin antes haberme puesto de nuevo la tele en La Primera que, al fin y al cabo, era lo que yo quería).

¿Cómo es el refrán de la vejez y el demonio?
Ya me acuerdo:
‹‹Todos los viejos somos unos diablos.››
¿A que ahora ves a tu dulce abuelita con otros ojos?

lunes, 20 de abril de 2009

El que se pica, ajos come

Pesa sobre mí una acusación de libelo.
Increíble. Intolerable. Absurdo.
Te pongo la definición de la RAE por si no sabes de lo que estoy hablando (y por si acaso te digo también que la RAE es la Real Academia Española de la Lengua, ya sabes, esos meapilas que deciden que whisky se escriba güisqui y que el CD sea el cedé): “Escrito en que se denigra o infama a alguien o algo”.
¿No es lo más ridículo que has oído en tu vida?
Que considere que todas las obras de la literatura universal son pura bazofia no es libelo, es una opinión personal.
Que asegure que mi nieta la pequeña es una zorra no es una infamia, es la constatación de un hecho científicamente demostrable.
Deberías ver cómo se viste, hijo. O cómo no se viste.
No entiendo la obsesión de las jovencitas de hoy en día por emular la moda de las profesionales del sexo. De las putas. Las rameras. Las fulanas. Meretrices. Cortesanas. Mesalinas. Hetairas. Lumis. Pelanduscas. (Oh, cómo me gusta esta palabra en particular).
Esas botas de tacón hasta la rodilla.
Esas falditas minúsculas semejantes a un cinturón.
Esas camisetas ajustadísimas que con un poco de suerte, y si no se mueven mucho, les cubren los pezones. (Bien marcados, por cierto, demostrando que las mujeres ya no llevan sostén).
Esos tirachinas que son una evolución aberrante de unas buenas bragas de algodón y que no cubren lo que tienen que cubrir.
Qué vergüenza.
¡Cochinas!
Pero me apuesto la pensión (no te emociones, porque es una birria) a que a ti se te cae la baba cada vez que ves una jovencita con semejante facha (sí, sí, como la tetona, no te creas que me he olvidado).
Lección del día, hijo: “Dios tiene una caña muy larga que a todas partes alcanza”.
Ya te gustaría a ti tener una de esas ¿eh?

sábado, 18 de abril de 2009

Tatuajes en la cara


Me he caído.
De morros.
Al suelo.
Qué le voy a hacer si soy vieja y mis reflejos ya no son lo que eran. (Aunque debo reconocer que nunca he tenido una gran inclinación por la actividad física y siempre he sido bastante patosa).
Me he roto la nariz.
Una fisura. Nada grave pero bastante antiestético. Estoy convencida de que si fuera a la policía y denunciara malos tratos por parte de mis nietas nadie lo pondría en duda. Ventajas de que hoy en día los jóvenes seáis todos unos cafres sinvergüenzas.
Me caigo bastante.
Y como no me da tiempo a reaccionar, siempre es mi cara la que primero toca el suelo. (Por fortuna hace tiempo que perdí todos mis dientes, salvo un par de ellos que se resisten a abandonar mis encías y que me sirven lo mismo para cortar, desgarrar y triturar).
La última vez fue en un restaurante nada más entrar. Nos invitaron a los cafés. Mi nieta la pequeña dice que podríamos hacer negocio si me tiro en plancha cada vez que salgamos a comer. Será zorra. Aunque la idea no es mala del todo. Total, puestos a darse un buen porrazo hay que saber sacar algo bueno del asunto.
Hoy me he caído por culpa de una manguera que había en mitad de la calle. Salía de un camión de gasóleo. Me he fijado en el nombre. Que tiemble la petrolera porque este moratón que me decora la cara les va a salir bien caro.
Mi médico dice que debería usar bastón.
Y un cuerno. Eso es para viejos chochos. Lo que me faltaba. Si transijo en ese punto pronto querrán meterme en una residencia. Antes muerta que dejar que mi nieta la licenciada se quede con mi piso.
Prefiero continuar con el tatuaje de la baldosa de Bilbao en la cara.
No queda tan mal.

miércoles, 15 de abril de 2009

Olvídate de la cría de cuervos

Dice mi nieta, la que ha ido a la universidad, que no puedo dirigirme sólo a hombres jóvenes obsesionados con el sexo. Que las mujeres también leen. Que de hecho leen mucho más que esos (palabras textuales) “estúpidos representantes del género masculino que no son más que una panda de analfabetos con aires de grandeza que disfrutan oprimiendo a las mujeres”.
Me pregunto si será lesbiana.
O si pertenecerá al grupo de los necios de solemnidad.
Porque a la luz de semejante afirmación está claro que los quince años de colegio de monjas y los siete años de universidad privada no le han servido para nada.
Ha debido salir a su padre. Desde luego en los genes de mi hija no iba incluida la estupidez. Tal vez un poco de calvicie, tendencia a la obesidad e hipertensión arterial, pero en mi casa nunca hemos sido tan tontos.
Se le ha puesto la cara roja y le ha empezado a palpitar una vena en la frente. La imagen arquetípica de la feminista a punto de cortarle los cojones a un hombre que ha osado cederle el asiento en el autobús.
Yo solo podía pensar que si le daba un infarto se iba a morir sobre la moqueta porque no soy capaz de diferenciar el teléfono inalámbrico del mando a distancia. (Vamos, si una vez puse una conferencia con China intentando cambiar de canal. Que la verdad, no entiendo por qué hoy en día todos los cacharros son iguales).
Ha dicho que mi blog era sexista y yo una misógina.
¡Ja!
Le he dicho que está desheredada.
Me ha respondido que como soy viuda la mitad de mi patrimonio pertenece a mi hija y que cuando su madre estire la pata ella será dueña de un sexto de mi piso.
Pues no era tan tonta la niña.
Lección del día: “Cría cuervos, cámbiales los pañales, téjeles preciosas bragas de ganchillo, ponles la merienda, llévalos al parque… y muchos años después pondrán una televisión gigante en tu salita de estar”.

Pues eso, hijo, que yo a lo mío. ¿Qué tal te fue con la tetona?

martes, 14 de abril de 2009

Por qué los necios son necios y los genios... genios

Te voy a dar una lección.
Igual no es eso lo que estabas esperando, pero me importa un bledo. Y te diré por qué: soy vieja y me quedan dos telediarios. Así que si me da la gana darte una lección lo menos que puedes hacer es fingir interés.
Me trae sin cuidado si mientras hablo te dedicas a pensar en la chica que conociste en la discoteca la otra noche. Sí, sí, esa. La que tenía dos tetas que tiraban como dos carretas. Tú sólo asiente, intercala algún "ajá" y al final suelta un: "Es usted genio".
Porque lo soy.
Una muestra.
La típica pregunta:
"—¿Cómo se encuentra hoy, doña María?"
Mi típica respuesta:
"—Jodida y contenta."
Y con esas tres palabritas resumo mi filosofía de vida. ¿No es esa una prueba de genialidad? ¿Sintetizar una verdad como un templo en un pensamiento mínimo que puedan comprender hasta los más idiotas?
Te lo explico (por si acaso perteneces a ese exquisito grupo formado por necios de solemnidad. O sea, muy necios).
Jodida porque tengo 84 años. Y cuando llegues a mi edad sabrás lo jodido que puede estar uno después de haber vivido tanto tiempo.
Contenta porque tengo 84 años. Y sigo contando. Vete a saber si tú conseguirás llegar tan lejos.
¿Ves como soy un genio? Los jóvenes de hoy en día sois unos descreídos, además de unos sinvergüenzas, pero eso no viene a cuento.
Fin de la primera lección. ¿Que no te has enterado?
Tengo 84 años y tengo un blog.
¿Ahora sí? Venga, hijo, suelta tu frase y continúa tu camino. Sigue pensando en cómo conseguirás engañar a la tetona esa para meterla en tu cama. (Desde ya te digo que lo tienes muy crudo. Inténtalo mejor con una fea).
Sé que volverás.
Aquí te espero.