martes, 29 de septiembre de 2009

Respuestas automáticas

Todo el mundo sabe que a los viejos nos gusta la rutina.
Por ejemplo. Mi vecina la del quinto se despierta, se pone la pierna ortopédica, va al baño, se pone la dentadura, se viste, se pone la peluca y sale a comprar el pan. Siempre en ese orden.
Lo sé porque me lo ha contado.
(A los viejos nos gusta contar esas cosas casi tanto como hablar de nuestros achaques)
El otro día una llamada de teléfono alteró su rutina.
Oyó el ring-ring y se despertó sobresaltada. Se olvidó de la pierna y se cayó al suelo (incluso yo oí el ¡Pum!). Consiguió arrastrarse hasta el teléfono, pensando que sería algo importante, y cuando descolgó, una jovencita trató de hacerle una encuesta sobre su vida sexual. Mi vecina le dijo que de eso ella no tenía, pero no llevaba la dentadura y como no se entendían, al final colgó. Desorientada, cojeó hasta su habitación, hizo la cama, se vistió, ordenó el cajón de las bragas y salió a comprar el pan. Sin pierna, sin dentadura, sin peluca y sin dinero. Obviamente, terminó ingresada en la unidad de psiquiatría del hospital.

Por eso si llamas a mi casa te saltará el contestador:
“Este es el número de teléfono de Doña María. Tengo muchos años y poco tiempo que perder. No me interesa cambiar de compañía, ni quiero más velocidad para correr en Internet. No necesito una demostración de su invento multiuso ni pienso donar una perra de mi escasa pensión a la Sociedad protectora del escarabajo pelotero. Quiero que sepa que es usted un desvergonzado por tratar de aprovecharse de una pobre anciana que podría ser su abuela. Y si es usted una máquina, maldigo a su inventor y me ca…piiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”

(Imagen: Oscar Grillo)

martes, 22 de septiembre de 2009

Operación "Calorina duradera"

A las 11:51 hora peninsular he guardado mi bañador de flores en el armario.
A las 11:52 hora peninsular he sacado mis zapatillas de borreguito, mi bata de lana y mi manta eléctrica.
Ya estoy preparada para afrontar el otoño.
Ahora tengo 89 días, 20 horas y 17 minutos para llevar a cabo la operación “Calorina duradera” que consiste básicamente en aprovisionarme de estufas eléctricas, bolsas de agua caliente, pieles de lobo, de buey almizclero y de oso polar, braseros y leña para hacer alguna fogata en el salón.
Lo justo y necesario para combatir el frío invernal.
¡Ay! Ojalá pudiera hibernar como las marmotas. O emigrar a climas más cálidos como hacen las cigüeñas.
Pero aquí me quedo, dispuesta a afrontar lo que me echen y con un objetivo en mente:
No estirar la pata por culpa de la gripe A.


(Por si no te has topado nunca con uno, hijo, esta es la pinta que tiene un buey almizclero. Más o menos la misma que tienen mis nietas recién levantadas de la cama)

lunes, 21 de septiembre de 2009

La he liado parda

Pues sí. Para qué lo voy a negar.
La he liado parda.
Me he dejado las llaves puestas en la cerradura al salir de casa y luego no podíamos entrar.
Tres horas hemos estado en la calle, bajo la lluvia, sin comer. Yo y mis tres nietas; sólo nos faltaban el organillo y la cabra.
Todo eran caras largas. Dirigidas a mí por supuesto, porque he sido yo la que ha organizado el Belén. El perro sin sacar, el gato sin comida. Todas las luces encendidas. La televisión a todo volumen...
Mi nieta la mayor se ha cargado el DNI, la Visa, dos botellas de Coca-cola y un bote de detergente intentando abrir la dichosa puerta. Y no ha habido manera. Lástima que el nieto de mi vecina la del quinto esté pasando una temporadita en el reformatorio, porque el crío seguro que nos habría solucionado el problema en un santiamén. Ese muchacho sí que tiene talento.
Nuestro salvador se ha presentado cuando le ha dado la real gana. Cuando ya estábamos a punto de tirar la puerta abajo a patadas o a dentelladas.
Ah... pero no ha sido tan fácil la cosa. Nuestra cerradura le ha bajado los humos a Mister Cerrajero. Porque tiene truco y su plastiquito mágico no le ha servido de nada. Y entonces el tío ha desplegado sus herramientas, ha sacado el metro, nos ha desmontado la mirilla, ha dado unas cuantas patadas, ha cogido una especie de palanca, ha vuelto loco al perro...
Y clink.
Ha abierto la puerta y ha estado a punto de ser devorado por las bestias de la casa. Tendrían hambre, digo yo.
Ahora estoy castigada sin llaves, hijo. Pero no me preocupa. Se piensan que soy idiota, pero tengo por ahí guardado un juego de repuesto.
Una que es previsora y lleva unos cuantos años estudiando al enemigo.
¿Alguien quiere apostar sobre cuánto tiempo tardo en volver a liarla parda?

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Centrifugado

Hoy llueve.
Cuando llueve no salgo a la calle por una sencilla razón.
La lluvia es agua. El agua encoge. Y si yo continúo encogiendo, terminaré por desaparecer.
(Dado que eso haría muy felices a mis nietas, obviamente no estoy por la labor).
Dice mi médico de cabecera (que es experto en cubatas de ron con coca-cola y no es ni la mitad de listo que el doctor House) que los viejos no encogemos, nos encorvamos.
Por aquí.
Vale que soy capaz de seguir un rastro porque mi nariz cada vez está más cerca del suelo. Y vale que me ha salido una chepa que mis nietas se dedican a frotar en busca de suerte (por cierto, zorras).
Pero yo he encogido. Antes era una uva grande y jugosa y ahora me he convertido en una pasa minúscula y asquerosa. Tengo una antigua minifalda que me llega por los tobillos para demostrarlo.
Me han metido en la lavadora de la vida y he salido hecha un guiñapo.
Porque el tiempo encoge. Pero también alarga.
Y si no que se lo digan a mis orejas, que a punto están de rozarme los hombros, o a mi nariz, que si sigue creciendo me colgará tanto como mis t…
(Censurado por razones de etiqueta. Pero vamos, la última palabra tiene cinco letras y rima con setas)
Los efectos del agua y del tiempo son inescrutables. Bueno, no tanto. Pero lo que no es inescrutable es lo que está pasando por tu cabeza ahora mismo, hijo. Los hombres sois muy predecibles. Porque lo que a ti de verdad te interesa saber es: “Cuando llegue a los 80 ¿mi soldadito encogerá o se alargará?
No te voy a robar la sorpresa.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Un paso al frente

No me considero una activista.
Más que nada por pereza. Ya estoy mayor para encadenarme a árboles centenarios y no daría muy buen espectáculo si me desnudara para protestar contra el uso de pieles de animales.
Pero hay momentos en la vida que son decisivos.
Momentos en los que tienes que dar un paso al frente y defender tus ideales.
Aunque tengas 84 años y te pinchen las hemorroides.
Hay causas justas.
Batallas que merecen ser libradas.
Guerras que deben ser ganadas.
Así que hoy me planto ante vosotros, armada hasta los dientes y dispuesta a vencer o morir en el intento.
Escuchad mi grito:

¡¡¡BOLSAS GRATIS YA!!!
¡¡¡ABAJO LOS CARRITOS DE LA COMPRA!!!
¡¡¡MUERTE A LAS BOLSAS REUTILIZABLES!!!
¡¡¡BOLSAS GRATIS YA!!!

¿Pero qué clase de medida fascista es esta? ¿Dónde narices voy a meter la basura si no me dan bolsas en el súper? ¿Quieren que la amontone en algún rincón? Claro, para que luego me acusen de tener el síndrome de Diógenes, me metan en una residencia y mis nietas se queden con mi piso.
Ya me veo en la zona de la frutería, robando bolsas y metiéndomelas en el sostén.
¡Majaderos! ¡Me vais a joder la poca vida que me queda! ¿A mí que me importa el medio ambiente si me quedan dos telediarios?

¡¡¡BOLSAS GRATIS YA!!!


(Nota: la de la foto, obviamente, no soy yo. Por su cara, diría que es alguna ama de casa americana, de las que cocinan pastel de manzana y guardan un rifle bajo la almohada)

martes, 1 de septiembre de 2009

¡Mentid, mentid, malditos!

Hay una lección en esta vida que debes aprender cuanto antes, hijo.
Nunca digas la verdad.
¿Simple? Pues ya te digo yo que no.
Es la típica cosa que todo el mundo sabe pero que todo el mundo olvida en el momento menos apropiado.
Repite conmigo (y cópialo en un tu cuaderno cien veces):
Nunca diré la verdad.
Nunca diré la verdad.
Nunca diré la verdad.
¿Lo has memorizado? Hagamos una prueba.
Si tu novia la tetona (porque estamos en la fase de novios ya ¿no?) se compra un sostén dos tallas pequeño que hace que sus enormes “pechugas” rebosen por todos lados, y te pregunta si con él parece un putón verbenero… ¿qué contestas?
¿Cómo?
¿Eh?
¡Más alto que soy vieja y no tengo la trompetilla a mano!
...
...
¡No por Dios, hijo, no! ¡No puedes decirle que parece la versión mormona de Pamela Anderson! ¡¿Vas a dejar que salga así a la calle?! ¿Quieres quedarte sin novia? Porque te aseguro que algún espabilado te la levantará seguro. ¿No te enseñé ya lo de las tetas y las carretas? (Rediós, hijo, no eres muy listo)
La respuesta correcta es:
“No, no pareces un putón verbenero, tetona mía, pero recuerdo que mi ex novia tenía un sostén igualito y a ella la confundían con una pelandusca de veinte euros.”
¿Ves la diferencia?
Dices algo que no es cierto (¿tu ex novia? Sí claro, la lista es larguísima) y consigues lo que quieres (porque si la tetona sale con esa pinta a la calle, el ex novio -y cornudo- vas a ser tú).
Aunque pensándolo bien, no sé. Seguro que te lías y lo haces todo al revés. Mejor hazte el tonto (confía en mí, no te va a costar) y no digas ni mu.
Mejor el silencio que la verdad.
(Pero a mí ni se te ocurra contarme una milonga que te retiro la palabra y los consejos y el aprecio. Mentirle a una anciana, qué vergüenza, hijo, qué vergüenza)