martes, 29 de junio de 2010

Ahora os veo, bellacos...

Te dicen que estarás mejor, pero te dejan peor.
Te dicen que no sentirás nada, pero te dejan baldada.
Te dicen blanco, pero luego es negro.
En definitiva, mienten, hijo. Mienten como bellacos.
Yo creo que es una de las primeras lecciones que aprenden en la universidad. Deben de tener una asignatura llamada: “El arte de engañar al paciente. Cómo hacer creer a un tonto que vivirá cien años sin el intestino delgado cuando sabes que morirá mañana”.
Médicos.
Puaj.
Cuanto mayor te haces, más miedo te da que uno de ellos se cruce en tu camino. No los llaman matasanos por casualidad. Yo ni siquiera llevaba gafas y ahora me han dejado tuerta.
“Tiene usted una catarata en el ojo izquierdo, doña María. Vamos a practicarle una operación muy sencilla y notará una increíble diferencia”.
Para lo que hay que ver. Estaba bien como estaba. Me gustaba la cascada ésa que lo emborronaba todo. Mis nietas no eran tan feas, yo no era tan vieja, la casa no estaba tan sucia y el galán de la telenovela de La Primera era mucho más apuesto.
Me han jodido pero bien.
Y por si eso no fuera suficiente, han aprovechado para reírse a mi costa.
“¡Un loro y una pata de palo para la paciente de la habitación 206!”
El parche en el ojo izquierdo ya me lo habían puesto, claro. Muy graciosos. Podían haberme dado un billete para un crucero por el Caribe. Eso habría hecho que el trauma mereciera la pena.
Pero no hay mal que por bien no venga, hijo. Como ya estoy disfrazada, supongo que tengo una excusa para echar mano de la botella de ron.

Jo, jo, jo… una abuela pirata soy.


viernes, 18 de junio de 2010

Pena, penita, pena

Vamos a ver, hijo.
Ya sé que estamos en crisis y que las arcas del Reino están más vacías que una iglesia el primer día de rebajas. Ya sé que no hay dinero para derrochar en gastos superfluos, pero ¿no crees que el Gobierno debería enviar una copia del código penal a cada hogar de este país?
A una servidora le hubiera venido de fábula tener una a mano antes de poner en marcha su magnífico plan. Porque, al parecer, según no sé qué artículo del dichoso librito, no puedes subastar a tus nietas en eBay e irte de rositas.
Prrff.
Prrff.
(Ahora imagíname sacando la lengua y haciendo un gesto muy feo con la mano derecha).
¿Desde cuándo? En mis tiempos, si mi abuela hubiera decidido venderme en el extraperlo, como mucho la habrían acusado de intentar colar “gata por coneja”. ¿En qué clase de país vivimos, eh? ¿Qué tarado es el responsable de una ley que castiga a una pobre anciana por intentar librarse de la manada de hienas que tiene por nietas?
¡Me han tenido bajo arresto domiciliario durante un mes! Sin poder salir de casa. Sin derecho a llamar por teléfono. Sin posibilidad de comunicarme con el exterior. Y eso porque tengo 85 años y meter en la cárcel a alguien tan viejo se considera una crueldad.




Si me hubieran enviado al patíbulo me hubiera ido mejor. Resulta que, como no está una para hacer servicios a la comunidad, me han obligado a seguir una terapia de choque para recuperar el afecto hacia esas arpías.
Tratamiento (castigo) número 1: escribir 1000 veces “No volveré a subastar a mis nietas”.
Tratamiento (castigo) número 2: crear un collage con las fotos en las que aparecemos mis nietas y yo.
Tratamiento (castigo) número 3: tejer un jersey con la frase “Amo a mis nietas” escrita en el pecho. Y llevarlo. Todos los días.
Majaderos.
Hubiera preferido el electroshock. Pero, no obstante, reconozco que he aprendido la lección. Ya sabes, hijo: no odiarás a otros miembros de tu familia, cumplirás las leyes aunque desconozcas su existencia, no te dedicarás a la trata de blancas... y lo más importante: si quieres subastar a tus nietas y no ser arrestada en el intento, usarás el eBay de Dubái.

lunes, 17 de mayo de 2010

¿Alguien da más?

Ahora entiendo esa obsesión que tienen los curas con el perdón, hijo.
No tiene nada que ver con que sea lo correcto, ni con que te garantice una entrada para el Cielo.
Es simplemente el camino más fácil, el más saludable y, sin duda, el menos cansado.
Créeme, llevo dos semanas ideando formas para vengarme de mis nietas y, hablando en plata, estoy reventada.
He pasado un montón de noches en vela, despierta hasta las tantas de la madrugada, para poder ejercer de peluquera ocasional mientras mis nietas dormían. Tengo callos en las manos por las horas dedicadas a coser entre sí sujetadores con bragas y pantalones con camisas, y a cerrar los ojales de todas las chaquetas y quitar todas las cremalleras. Me han quedado secuelas por culpa del Super Glue. Porque mientras pegaba las hojas de los libros y adhería los zapatos al suelo y lo usaba para barnizar las sillas, los pomos de las puertas y los plátanos del frutero me colocaba a base de inhalar pegamento.
Y la verdad, ha sido entretenido, pero no sé si ha merecido el esfuerzo, hijo. Así que he decidido ser magnánima y perdonar a mis nietas por lo que me hicieron.
Sin embargo, ahora temo las represalias. Y como la pensión no me da para pagar un guardaespaldas que garantice mi seguridad las veinticuatro horas del día, me he visto en la obligación de tomar una decisión drástica.
Voy a subastar a mis nietas en eBay.
Me parece la solución más inteligente para librarme de ellas de una vez y para siempre. Ésta es la descripción de los productos:

Lote número 1: la nieta empresaria
Treinta y tantos. Gran corazón en un GRAN pecho. Excelente cocinera. Accesorios: negocio propio, cientos de zapatos, modelitos a tutiplén y bisutería para montar un rastrillo.
Lote número 2: la nieta licenciada
Veintitantos. Gran cerebro en una GRAN cabeza. Un hacha para cuestiones de dinero. Accesorios: libros para parar un tren, títulos suficientes para hacer una fogata en invierno y un enorme ego.
Lote número 3: la nieta emancipada
Veintipocos. Gran belleza en una GRAN percha. Perfecta para el tema reproductivo. Accesorios: casa propia, una subvención del gobierno para pagar el alquiler y un montón de cupones para el supermercado.

Yo creo que entre las tres podrías conseguir la mujer perfecta, hijo. ¿No te interesa?
La puja para cada lote empieza en 1 euro.
¿Alguien da más?

domingo, 2 de mayo de 2010

El secreto está en la mezcla

El otro día hice uno de mis postres favoritos, hijo, y he decido compartir contigo la receta. No te preocupes no es nada complicado, ya sabes que soy de gustos sencillos. ¿Y qué hay más sencillo que un flan de huevo?
Sí, lo sé. Lo que de verdad querías saber era cómo hago ese riquísimo bacalao a la vízcaina, pero, sinceramente, se me ha olvidado. Así que tendrás que conformarte con mi delicioso flan de toda la vida.
Ah, pero el mío es especial. Muy especial. Te diré que ingredientes usé:

500 ml de leche entera
5 huevos
200 gr de azúcar
1 botella de mistela
1 pizca de maldad
5 cucharadas de mi ingrediente especial
Una ramita de premeditación
Unas gotas de alevosía

Primero hice lo más difícil: darme valor. Así que cogí la botella de mistela y me bebí un buen trago. Después puse un par de cucharadas de azúcar en la flanera, junto con la ramita de premeditación y las gotas de alevosía, y las calenté a fuego lento. Cuando los ingredientes se licuaron, procedí a extender el caramelo por toda la superficie del molde con mucha pericia, evitando que se me cayera en un ojo o que se solidificara durante el proceso.
A continuación, en un bol aparte batí los huevos. Ya sé que lo normal es hacerlo con un tenedor o unas varillas, pero tengo 85 años, hijo, y me canso enseguida. Así que usé la batidora. Cuando empezaron a espumar, les añadí el resto del azúcar y la leche y lo mezclé todo bien. De nuevo con la batidora (a punto estuvo aquello de convertirse en mayonesa).
Mientras esperaba que la maquinita ejerciera su magia, me bebí un nuevo lingotazo de mistela, para recompensarme por el esfuerzo.
Finalmente, vertí la mezcla en la flanera y añadí mi ingrediente especial: cinco cucharadas de LAXATÓN, que según la chica de la farmacia es el rey de los laxantes, el purgante definitivo, el campeón de los medicamentos para… bueno, ya sabes para qué. Espolvoreé la pizca de maldad y lo metí al baño María en la olla exprés. También se puede hacer en el horno, pero en mi receta no está incluida la paciencia. Cuanto más rápido mejor. Así no hay posibilidad para el arrepentimiento.
Y, mientras contaba los minutos, me di ánimos con otro chupito de mistela. Y otro más. Y otro.
Después de media hora más o menos, ya estaba hecho. Lo saqué con cuidado (aunque me quemé los dedos y estuve a punto de tirarlo) y lo dejé enfriar.



¡Ah, qué olor más delicioso! Mi flan especial estaba listo para ser degustado. Y, ¿qué hice? Pues sí, hijo, me tomé otro vasito de mistela porque había que celebrarlo.
Para la hora de comer estaba un pelín achispada, para qué lo voy a negar, así que no me costó fingir que no tenía ganas de comer. Me senté y contemplé cómo mis tres nietas se lanzaban cual lobas hambrientas sobre el postre que su abuela, con tanto cariño, les había preparado, y se lo zampaban enterito.
Quince minutos después empezó el espectáculo. No describiré los detalles asquerosos pero te diré, hijo, que en mi casa sólo hay un baño.

Doña María: 1 – Nietas de Doña María: 0

Y esto es sólo el principio.

domingo, 25 de abril de 2010

El enemigo en casa

Falsas.
Mentirosas, ladinas, embusteras, manipuladoras, sinvergüenzas.
Majaderas.
Calumniadoras, tramposas, terroristas, pérfidas, bandidas, malvadas.
Canallas.
Arpías, marranas, bribonas, embaucadoras, desalmadas, fulleras.
Malas.
Y, encima, han tenido la desvergüenza de atentar contra mi blog y colgar un cartel de SE BUSCA.
Y me han acusado de latrocinio.
Y han insinuado que estaba en la playa con un amante cubano.
¡Y son ellas las que me han tenido abandonada todo este tiempo en un pueblo perdido de la mano de Dios!
Porque las muy zorras tenían que venir a buscarme cuando se terminara la Semana Santa, pero decidieron dejarme tirada quince días más.
¡Rodeada de mi familia! ¡Rodeada de viejos chochos!
¿Sabes a cuántos funerales he tenido que asistir en estas casi cuatro semanas, hijo?
¡A catorce! A poco más y me quedo sola en un pueblo fantasma. Se me ha descolorido el vestido negro de tanto usarlo.
Así que me he tenido buscar la vida para volver a casa. Y cuando llego, después de una auténtica odisea; después de haber usado todos los medios de transporte habidos y por haber (taxis, trenes, furgonetas, carros y burros), me las encuentro instaladas en mi piso. ¡Tumbadas en mi sofá, viendo mi tele y cambiando de canal con mi mando a distancia!
¡Ah! Pero en cuanto me han visto enarbolar el bolso, han salido corriendo como alma que lleva el diablo. Las muy cobardes.
Esto no se lo perdono, no señor. Sobre todo porque, con las prisas, me he dejado la maleta en el pueblo ¡y me he venido sin los chorizos!
Me las van a pagar, hijo. Me las van a pagar.

viernes, 16 de abril de 2010

Se busca


Altura: depende. 1,48 en posición normal y 1,59 en el hipotético caso de que alguien lograra ponerla derecha.
Peso: desconocido. Nadie ha conseguido subirla a una báscula desde 1989. Ella asegura que no ha engordado ni un gramo desde entonces pero digamos que, si bien es cierto que sus huesos han encogido, también se han "ensanchado".
Pelo: escaso y gris. Hace tres semanas que no va a la peluquería, así que es probable que se parezca a la abuela de Einstein.

Desapareció el jueves 1 de abril y fue vista por última vez en la estación de tren cuando se dirigía al pueblo para pasar la Semana Santa con su familia. Nunca llegó a su destino. Su hermana y su cuñado permanecieron 36 horas ininterrumpidas viendo pasar un convoy tras otro, presenciando la llegada de vacas, ovejas y varias piaras de cerdos pero ni rastro de doña María.
Hoy cumple 85 años y creemos que huyó de casa para evitar la celebración de su onomástica. Durante los últimos días que pasó con nosotras insistió, continuamente y hasta la saciedad, en que estaba harta de hacerse vieja y de que con cada nuevo año le salieran más arrugas y se le cayeran más dientes. Aseguraba no desear ningún tipo de fiesta especial que le recordara su "funesto" destino. Su madre falleció a los 85 años y está convencida de que, por mucho que los médicos se empeñen en alargar su vida a base de pastillas, le quedan dos telediarios.
La policía no descarta la posibilidad de que se haya infiltrado en algún viaje del Imserso y ahora mismo esté en Benidorm, tumbada al sol disfrutando de los masajes de un joven amante cubano.
Salió de casa con una enorme maleta negra en la que decía llevar un machete, una caja de matarratas, un vestido negro, cinco bragas y cuarenta pañuelos bordados. Pero hemos descubierto que también se llevó el título de su nieta la licenciada, los libros contables de su nieta la empresaria y las llaves de casa de su nieta la emancipada.
Si alguno de los lectores de su blog, esos a los que adora como si los hubiera parido, tiene noticias de ella, por favor, que se ponga en contacto con nosotras. Si la veis por la calle os recomendamos tener prudencia al abordarla porque, cuando se siente acorralada,tiende a usar el bolso como arma arrojadiza y podría dejar dejar baldado a cualquiera.

Abuela, si lees esto ¡¡¡YA ESTÁS VOLVIENDO A CASA Y DEVOLVIENDO TODO LO QUE TE LLEVASTE!!! Y que sepas que el enorme pastel que habíamos preparado para celebrar tu cumpleaños no lo vas a probar.


miércoles, 31 de marzo de 2010

Cerrado por vacaciones



Contenido de la ENORME maleta de doña María:

1 machete
1 caja de matarratas
1 vestido negro
5 bragas
40 pañuelos bordados

(Suerte que viajo en tren, porque con semejante equipaje, en el aeropuerto me arrestan por terrorista seguro)
No me voy al Caribe con el Imserso, hijo. ¡Ya me gustaría! (Lo de rodearme de viejos no, pero lo de tirarme al sol en la playa sería estupendo. Sobre todo porque estaría muy lejos de casa y podría ponerme en bañador sin pasar vergüenza).
Me voy al pueblo a visitar a la familia y, por si te lo estás preguntando, todo lo que llevo en la maleta tiene su razón de ser.
El machete es para abrirme paso entre la maleza que se habrá apoderado del jardín de mi casa. La caja de matarratas, para las alimañas que se habrán hecho fuertes en el interior. El vestido negro, para el funeral al que tendré que asistir, porque siempre que voy al pueblo algún conocido se muere (lo cual es normal teniendo en cuenta que toda la gente que conozco es octogenaria y está mucho peor que yo). Las bragas... eso está claro, ¿no? Y los pañuelos son para regalar a mis hermanas, a mis cuñadas, a mis primas, a mis amigas... en definitiva, a todas las mujeres del pueblo que siguen con vida.
Sé que la maleta va un poco vacía, pero así tendré espacio suficiente para traerme las patatas, los pimientos, los chorizos, el tocino y las calabazas que mi familia se empeñará en regalarme porque se piensan que en la ciudad, como no tenemos huerta ni corral, no nos alimentamos.
Y con la maleta preparada, estoy haciendo la ronda de despedidas. Le he dicho adiós al sillón con la forma de mi trasero, al mando de la tele con el número 1 borrado, al perro castrado, al gato perdido, a las nietas descarriadas y me faltabas tú, hijo. El único al que voy a echar de menos. Así que...
Adiós.
Volveré dentro de once días. Si en ese tiempo surge una emergencia, ¡a mí no recurras!
Esta abuela cierra por vacaciones y se va a un pueblo perdido donde no saben qué es eso de Internet.

lunes, 22 de marzo de 2010

De melones y carretas

Acabo de darme cuenta de que hace mucho que no te doy una lección, hijo. Seguramente a estas alturas estarás asilvestrado, corriendo libre por los prados sin una mano firme que te guíe. (A saber lo que estarás haciendo con las cabras).
Pero no te preocupes, que tu abuela postiza ha vuelto dispuesta a meterte en vereda. Deja que te cuente un cuento con moraleja.

Érase una vez una muchachita a la que llamaremos... María. Nuestra protagonista tenía sólo trece años pero era una adulta en toda regla. Había superado una guerra, se encargaba de mantener una casa y criaba a sus hermanos pequeños mientras sus padres trabajaban en el campo.
Pero a la joven María le faltaba algo para ser una mujer completa. Había algo de lo que carecía que la hacía profundamente infeliz.
La pobre María no tenía tetas.
Su cuerpo no había terminado de desarrollarse y daba lo mismo mirarla por delante que por detrás. De frente, plana como una puerta. De espaldas, lisa como una tabla. De perfil, un palo de escoba.
Además, era la única de sus amigas que carecía de una buena delantera. La Jacinta hacía años que usaba sostén. A la Tomasa le habían crecido de repente dos buenos me...locotones. Y la Javiera se enorgullecía de mostrar a la menor oportunidad su bien provisto escote.
María estaba desesperada. Se miraba y remiraba en el espejo del armario echando los hombros hacia atrás e inflando los pulmones. Como si la contemplación fuera suficiente para obligar a sus renuentes pechos a crecer.
Pero no crecían.
Y no lo hicieron durante el otoño, ni tampoco durante el invierno, ni durante la primavera, ni siquiera a lo largo del verano, cuando más los necesitaba.
Hasta que un día, cuando estaba a punto de aceptar que tendría que rellenar su sostén con pañuelos durante el resto de su vida, sucedió. Pop. De la nada surgieron un par de ciruelas. Pequeñas, enanas de hecho. Pero comenzaron a crecer.
Y siguieron haciéndolo durante el otoño y durante el invierno y durante la primavera y para cuando llegó el verano, sus ciruelas habían superado el tamaño de las manzanas de la Jacinta y el de los melocotones de la Tomasa y el de las naranjas de la Javiera. Y con el tiempo se convirtieron en algo digno de aparecer en algún libro de los records.
Fue así como, después de haber esperado tanto tiempo, María se convirtió en toda una mujer y en la embajadora mundial de los melones de Villaconejos.
Fin.



Moraleja:
...
Pues ahora mismo no me acuerdo, pero sé que la tenía. Era algo relacionado con esperar y desesperar pero se me ha ido el santo al cielo. Es que me he dado cuenta de que la pobre María tal vez debería plantearse una operación de reducción de pecho porque cuando estire la pata no sé yo si le cerrará la tapa del ataúd.

domingo, 14 de marzo de 2010

Una crisis de cojones

Esta semana te he tenido muy abandonado, ¿verdad, hijo?
No sabes cuánto lo siento, pero hemos sufrido una crisis en casa y he tenido que dedicar todos mis superpoderes de abuela a solucionarla.
Al perro de mis nietas le han cortado los huevillos.
La castración fue bien (aunque yo hubiera hecho mejor uso de las tijeras porque le han dejado la bolsa vacía y le cuelga mucho y hace feo). El caso es que el chucho se ha pasado varios días tirado en un rincón con la mirada perdida y sin ningún deseo de salir de casa. Al parecer, se ha deprimido. Pero no porque le hayan podado la entrepierna. Es porque le han puesto un collar isabelino, ya sabes, una de esas tulipas de plástico para que no se chupe los puntos, y le da vergüenza salir a la calle con esas fachas y que los otros perros se rían de él.
Así que ha decidido recluirse en casa. Hemos intentado bajarle en brazos pero no ha habido forma. Se aferra con todas sus fuerzas al marco de la puerta y llora como si fueran a llevarlo al matadero. Me recuerda a mí, cuando mis nietas intentan arrastrarme al médico.
Y para más inri el gato está desaparecido en combate. En cuanto vio al perro con su nueva escafandra se dio un susto de muerte y salió corriendo como si hubiera visto al demonio. He rebuscado por debajo de las camas, en lo alto de los armarios, en el fondo de los cajones, dentro de la lavadora... pero no hay rastro de él. Sé que está vivo porque su comida desaparece, pero supongo que sale de su escondite de noche, cuando la oscuridad le impide ver la lámpara de mesa en la que se ha convertido su compañero de piso.
Si mi padre levantara la cabeza...
Él lo hubiera solucionado en un santiamén. Nada de veterinarios, nada de operaciones, nada de medicinas, ni comidas especiales, ni susurradores de perros, ni tonterías varias. Un buen garrotazo en la cabeza y problema resuelto. Ay, mi padre era un maestro con el palo: perros, gatos, conejos, gallinas, patos... (su propia madre)... Se le daba de fábula acabar con el sufrimiento de todo bicho viviente.
Pero los tiempos cambian, claro, y aquí estoy yo cuidando de este engendro de Satanás que se come mis zapatillas, me ladra cada vez que doy un paso, me tira la comida en el regazo y me llena de babas la falda y me mira como si fuera su criada. Oh, pero reconozco que no lo hago por amor al arte sino porque pienso echárselo en cara a mis nietas en el futuro.
“Yo hice de abuela/enfermera/loquera/niñera para vuestro perro y ahora os toca a vosotras hacer lo mismo por mí.”
Veremos si cuela.

martes, 2 de marzo de 2010

Oculto bajo el sostén

Las verdades impepinables acaban por imponerse, hijo.
Puedes tratar de enterrarlas bajo una montaña de mentiras o hundirlas en el fondo de un océano de falacias, pero más tarde o más temprano salen a la luz, y lo hacen con tal fuerza que son capaces de dejar en bragas a quien intente negarlas.
Ayer mis nietas se quedaron en bragas. Mi hija se quedó en bragas. Mi madre (que en paz descanse la pobre) se quedó en bragas. Hasta el perro y el gato se quedaron en bragas.
Porque por fin se descubrió que, en contra de la creencia popular:
¡No soy mala persona!
Yo siempre lo he sabido, claro, pero ahora tengo una prueba que lo demuestra. Una radiografía que me hicieron en contra de mi voluntad (qué vergüenza sacar fotos de una anciana desnuda) en la que puede apreciarse que tengo un gran corazón.
Uno enorme, de hecho. Tan tremendo que casi no me cabe en el pecho y apenas si lo cubre mi sostén. Lo cual significa, hijo, que no sólo soy buena sino mejor que el resto de la gente.
Por desgracia, ser muy bueno es muy malo.
Dice mi médico que algunas personas fallecen por este motivo, (ya se sabe que Dios tiene por costumbre llamar a su lado a los mejores) y que puede tener nefastas consecuencias para la salud.
Pero no es mi caso.
Yo no me voy a morir, hijo. Aún no, al menos. Al parecer mi lado puñetero ha conseguido contrarrestar los efectos negativos de mi gran corazón. Lo cual son buenas noticias para mí y malas para el resto, porque eso significa una cosa: que esta vieja pelleja seguirá dando la lata durante mucho, mucho tiempo. Y lo hará con ahínco y saña para retrasar en lo posible su viajecito al Cielo.

lunes, 22 de febrero de 2010

10 razones para odiar a los viejos

1. Huelen raro. Como a podrido. Como a cerrado. Como a viejo. Como si mezclaras colonia de esa que viene en botes de cinco litros, con antipolillas y pis de gato.
2. Son muy feos. Y están muy arrugados. La piel les cae por todas partes, están llenos de manchas, no tienen dientes y el pelo les crece en lugares insospechados.
3. Tienen mal genio. Muy mal genio. Muy, muy, muy mal genio. Hacen siempre lo que les viene gana, no aceptan órdenes de nadie y se cabrean en cuanto les llevas la contraria.
4. Se colan en el súper. Y lo hacen sin disimular, con todo su morro, sabiendo que nadie se lo va a echar en cara porque son mayores. Y pobre del que se atreva a reprochárselo, porque lo harán parecer un desalmado.
5. Son raros. Raros, raros, raros. Se ponen bolsas de plástico en la cabeza cuando llueve, se suenan los mocos con pañuelos de tela y llevan los bolsillos llenos de cosas extrañas: clips, monedas de antes de la guerra, palillos, caramelos de caducidad sospechosa...
6. Si les cabreas te zumban con el bastón. O con el bolso. O con el andador. O con lo que tengan a mano, porque como han perdido fuerza tienen que valerse de armas alternativas. Y lo hacen con saña.
7. Repiten siempre lo mismo. Y la culpa no es del alzheimer. Lo hacen a sabiendas. Para molestar. Porque les encanta oír su voz y dar la lata. Para que te quede bien claro que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
8. Se creen muy listos. Pero no lo son. Tal vez tengan más experiencia, pero el que era tonto a los veinte lo sigue siendo a los ochenta. Y muchos que eran listos a los veinte se han idiotizado con el correr de los años.
9. Andan muy despacio. Especialmente, en las calles estrechas o cuando cruzan pasos de peatones. En esos lugares incluso pueden llegar a detenerse por completo, provocando atascos y embotellamientos.
10. Son muy aburridos. Sólo saben jugar al mus, ver telenovelas, hacer ganchillo y vigilar que los obreros de la construcción no les planten una réplica de la torre de Pisa frente a su casa.

¿Entiendes ahora por qué no quiero ir a la residencia, hijo? ¿Te imaginas qué sería de mi vida si tuviera que pasar las veinticuatro horas del día rodeada de viejos?
Yo me quedo en casa, porque mis nietas serán unas zorras pero rebosan juventud. Y dicen que todo se pega, ¿no?

domingo, 14 de febrero de 2010

Mi regalo...

... para los feos.

Para los que están en paro.

Para los desmemoriados.

Para los que se han puesto a dieta.

Para los tacaños.

Para los que son alérgicos a las flores.

Para los amantes del olor corporal.

Para los que no saben dónde comprar una tarjeta.

Para los diabéticos.

Para los que sienten fobia a los osos de peluche.

Para los poco imaginativos.

Para los que nunca han pisado El Corte Inglés.

Para los recién divorciados.

Para los que llevan cuarenta años casados.

Para los que nunca han estado enamorados.

Para todos vosotros.

Para ti, hijo, sobre todo para ti.

Me he cargado a Cupido, así que ya no hay necesidad de celebrar el estúpido día de San Valentín.

martes, 9 de febrero de 2010

El manjar de los Dioses

Antes, yo era la reina del ganchillo.
Mi casa era el paraíso de los mantelitos de ganchillo.
Mis nietas llevaban jerséis de ganchillo, calcetines de ganchillo, vestidos de ganchillo y bragas de ganchillo.
En lugar de manos, tenía una máquina bien engrasada capaz de fabricar objetos de ganchillo a una velocidad de vértigo. Me dabas un ovillo de algodón y en un periquete lo convertía en un bolso. O una sobrecama. O una funda para el sofá.
Pero luego llegó la vejez. Y la artrosis. Y la desidia. Y dejé los trabajos de costura para convertirme en una experta en telenovelas.
Siempre pensé que sería como montar en bicicleta, que mis manos sabrían qué hacer en cuanto tocaran una aguja.
Pero no. La amnesia es definitiva. Y yo necesito recuperar mis superpoderes.
¿Para qué?
Para hacer algo que nunca he hecho antes. Para tachar de mi lista “Cosas que no haré antes de morir” el punto número 17.
Ponerme un disfraz de carnaval.
Y como estamos en crisis y mi pensión no da más de sí, me lo tengo que confeccionar yo misma.
Mi nieta la emancipada quería regalarme uno. Pero la conozco y seguro que me habría comprado un traje de enfermera putón, o bombera putón, o pirata putón, o vaca putón (que ya me dirás qué clase de mente depravada puede haber diseñado un vestido semejante).
Pero ya he decidido cuál va a ser mi primer disfraz de carnaval.
Iré de huevo frito.
Sencillo, barato, sabroso. Perfecto.
Aunque si no recupero mis habilidades sobrenaturales en el venerable arte de la costura antes del sábado, tendré que conformarme con ir de tortilla francesa.
Sea como sea, no faltará una diadema con patatas fritas.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Fría y en bandeja de plata

11 días.
264 horas.
15840 minutos.
950400 segundos.
Podría seguir contando. Podría seguir poniendo ceros, pero se me ha estropeado la calculadora y usando los dedos tardaría una eternidad que no tengo.
El caso es que once días en la vida de una anciana son muuuuucho tiempo. Son como 77 días en la vida de una persona que no ha alcanzado la edad de jubilación. Porque el tiempo pasa volando mientras maduras pero, cuando te acercas al final, se estira y ralentiza y los minutos se convierten en horas y las horas en días y los días en... bueno, ya me has entendido ¿no?
Así que podría decir que han pasado un par de meses.
2 meses desde la última vez que tuviste noticias mías.
¡¡¿¿Y acaso te has preocupado por mí??!!
No, claro que no.
Ni siquiera he recibido una mísera llamada interesándote por mi bienestar. He estado once días postrada en cama, aislada del mundo, padeciendo una horrible sequedad ocular y tú ni siquiera me has mandado unas flores.
Quién sabe. A lo mejor se perdieron por el camino. Y tal vez el cartero, que me odia desde aquella vez en que le eché al perro, me robó la postal que me enviaste. Y quizá el chico de la pastelería se comió los pasteles que habías encargado para mí antes de entregármelos.
¡¡O a lo mejor lo que pasa es que eres el peor nieto de mentirijillas del mundo!!
Y pensar que llegué a soñar que te presentabas en mi piso con tu brillante armadura y derribabas mi puerta para asegurarte de que mis nietas, las de verdad, no me habían encerrado en una residencia.
La culpa es mía, claro, por dar siempre más de lo que recibo. Pero que sepas que, aunque soy una abuela y mi amor es incondicional...
¡Ésta te la guardo!
Así que vigila tus espaldas, chico, porque saltaré sobre ti cuando menos te lo esperes.
Mis venganzas siempre se sirven frías. Preferiblemente acompañadas de un buen pedazo de pastel.

viernes, 22 de enero de 2010

El rival más débil

No es ningún secreto que no me gusta ir al médico. ¿A que no, hijo?
Mis nietas pueden dar fe de lo complicado que resulta sacarme de casa cuando tengo que ir a hacerme alguna revisión. Me agarro como una lapa al sofá y tienen que tirar entre todas para conseguir soltarme. Y luego se ven obligadas a llevarme en volandas hasta la consulta porque mis pies se niegan a dar un solo paso.
Mi aversión no se debe al hecho de que el doctor que me han asignado en la Seguridad Social pasó sus años de universidad en una borrachera perpetua y no es capaz de diferenciar el corazón del bazo.
Tampoco tiene que ver con que cada vez que pongo un pie en el ambulatorio me encuentran algo y añaden una pastillita más a las que me tengo que tomar todos los días.
No me gusta ir al médico porque odio los concursos y odio perder. Y cuando tienes 84 años y te ves obligada a pasar más de diez minutos en una sala de espera puedes estar segura de que la mujer que se sienta a tu lado es una rival y de que el juego está a punto de comenzar.
Porque después del “Buenos días” de rigor se girará y me dirá:
-Yo vengo para que me miren porque me operaron de cataratas el año pasado.
Y yo me veré obligada a responder:
-Yo llevo operada ya siete años.
Y ella atacará:
-Pues a mí hace siete años me quitaron parte del colon.
Y yo me defenderé:
-Pues a mí me lo quitaron hace ya diez años (¡Mentira! ¡Mentira!).
Y ella insistirá:
-Pues yo me operé de una hernia a los cuarenta.
Y yo contraatacaré:
-Y yo de un quiste a los treinta.
Y ella me dará un golpe sorpresa:
-Pues a mí a los veintidós me tuvieron que vaciar enterita.
Y yo trataré de recuperarme:
-Y a mí a los quince estuvieron a punto de cortarme el dedo gordo del pie por una infección.
Pero ella me vencerá al decir:
-Pues yo me caí de un cuarto piso a los siete años y me rompí todos los huesos del cuerpo y me pasé varios meses en coma y casi me muero.
Y yo pensaré: “Pues es una pena que no te murieras del todo. Así me habría ahorrado toda la conversación”. Y también la derrota. Porque no se puede competir con eso. Y entraré en la consulta y el alcohólico de mi médico me dará el premio de consolación: un caramelito, un palito de madera (que dice mi nieta la emancipada que se llama depresor lingual) y cuatro nuevas pastillas más.
El martes tengo cita pero no pienso ir. Ya me estoy afilando las uñas para conseguir una mayor sujeción al cojín del sofá.

miércoles, 13 de enero de 2010

Toc, toc, toc...

Alguien dijo una vez: “El número de tontos es infinito”.
No sé si fue Cervantes o Dios. Tal vez fui yo, pero el caso, hijo, es que a esa frase, para convertirla en una verdad absoluta, habría que añadirle: “Y la gran mayoría vive en el mismo edificio que doña María”.
Te lo demostraré.
8:30 de la mañana.
Salgo de casa. Cojo el ascensor. Me miro en el espejo y me doy cuenta de que se me ha olvidado peinarme. Con una mano me atuso el cabello y con la otra pulso el botón. Antes de conseguir domar la cresta que me ha salido en la cabeza, llego a mi destino y me bajo.
Me planto frente a la puerta de mi hija y llamo con los nudillos.
No me abre nadie.
“Demonios. Ya están fingiendo otra vez que están dormidas.”
Meto la llave en la cerradura pero no consigo hacerla girar.
Oigo movimiento tras la puerta, pero mis nietas siguen sin abrir.
“Muy graciosas. Pero cuando os vayáis a trabajar pienso revolveros todos los cajones. Os pondré los sostenes en el lugar de los calcetines y las bragas en el congelador.”
Vuelvo a golpear con los nudillos. Esta vez más fuerte, mucho más fuerte.
Y entonces un grito al otro lado me produce un mini infarto de corazón.
-¡Largo de mi casa! ¡He llamado a la policía y estoy armado!
Me quedo patidifusa. Pero, pero, pero... Las palabras no me salen. Pero, pero, pero... ¿y este quién es?
-¡Que te largues de una vez, coño!
Un deslenguado. Eso es lo que es. Semejante muestra de mala educación pone fin a mi patidifusidez. Y empiezo a gritar:
-¡Soy yo la que va a llamar a la policía! ¡Ésta es la casa de mi hija! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Hay un ladrón en casa de mi hija! ¡Socorroooooooo!
La puerta se abre de golpe y aparece un tipo enorme con barba y un cuchillo en la mano. Vuelvo a gritar:
-¡Quiere matarmeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!
Más puertas se abren. Empiezan a salir los vecinos y...
...y resulta que no son los que viven en la primera planta con mi hija. Son los del segundo.
“Ay, ay, ay. ¿Qué botón pulsé en el ascensor? Ay, ay, ay. Ya la he vuelto a liar.”
-¿Está bien, doña María?
-¿Qué le pasa, doña María?
-¿Quién la quiere matar, doña María?
El hombre del cuchillo, que resulta ser un pariente de mis vecinos que ha venido a pasar las navidades, me dice:
-Lo siento mucho. No la vi bien a través de la mirilla y pensé que era usted algún drogadicto que quería robarnos.
Me deja patidifusa por segunda vez. ¿Un drogadicto? ¿Yo? ¿Un ladrón? ¿Yo? ¡Si tengo casi 85 años y voy en zapatillas de andar por casa!
“Atontado.”
Y suben mis nietas y bajan los vecinos del resto del edificio y la escalera se llena de gente en pijama y, para poner la guinda al pastel, aparece una pareja de policías.
Me agarro al brazo del agente más guapo y les digo:
-Gracias a Dios que han venido. ¿Me harían el favor de arrestar a este hombre por estupidez?

miércoles, 6 de enero de 2010

¿Se admiten reclamaciones?

Queridos Reyes Magos:
me parece que este año he sido una abuela bastante buena. No he protestado demasiado a la hora de las comidas, no he torturado demasiado a mis nietas, no he molestado demasiado a mis vecinos al poner la tele a todo volumen, y no he mentido... demasiado.
Entonces, ¿dónde demonios están los regalos que os pedí?
¿En qué casa habéis dejado mi sillón reclinable con sistema de masaje y nevera incluidos?
¿Por qué no había junto a mis zapatillas de borreguito una manta eléctrica nuevecita y unos calcetines tejidos con lana de ovejas islandesas?
¿A qué niño le habéis endosado mi suscripción anual a la revista
Saber Vivir?
¿Dónde se os ha caído mi caja de bombones
Lindor tamaño industrial?
Y lo que es más importante, ¿a quién le habéis regalado mi décimo premiado de la lotería del Niño?
¡Qué vergüenza!
No hay nada más desalentador para empezar el año que levantarse el día de Reyes y descubrir que los atontados magos de oriente se han tomado la leche y las galletas, se han pimplado una botella de ron, se han zampado tu última tableta de
Suchard, y a cambio te han dejado... ¡unas bragas! ¡Y ni siquiera unas bonitas con dibujitos! ¡No! ¡Unas bragas marrones de abuela!
¿Para qué me he molestado en escribir una carta si al final me habéis traído lo mismo de todas las navidades? No hay derecho. El año que viene echadme carbón, que al menos es dulce y se puede comer.
Gracias por nada.


Doña María

P.D. Os enviaré la factura de la limpieza de la moqueta. No pienso pagar también por los “regalitos” que me han dejado vuestros apestosos dromedarios.