jueves, 31 de diciembre de 2009

Y para terminar el año...

Las he matado a todas, hijo.
A las tres.
Primero a la empresaria.
Luego a la licenciada.
Finalmente a la emancipada.
Ellas sabían que era algo inevitable. Tarde o temprano tenía que suceder y no podía posponerlo por más tiempo. Aún así, alguna ha intentado defenderse, pero todo ha sido en vano.
Deberías haber visto la cara de mi nieta la licenciada mientras lo hacía. Asesina, me ha llamado. Ni siquiera eso me ha detenido. No he mostrado piedad. Me he remangado y he hecho lo que tenía que hacer.
¿Quieres conocer los detalles escabrosos, hijo? ¿Quieres que te cuente qué método he empleado? Pues el de toda la vida. Primero las he medio asfixiado con una bolsa de plástico y luego las he introducido en una olla con sal y agua hirviendo.
Primero a la centolla empresaria.
Luego a la centolla licenciada.
Finalmente a la centolla emancipada.
Trece minutos después ya estaba todas muertas.
Y como las bobas de mis nietas, las de verdad, van de vegetarianas por la vida y no comen bichos a los que hayan puesto nombre, (razón por la cual he bautizado a las centollas antes de echarlas a la cazuela) esta noche me las cenaré yo solita.
¡Lo que voy a disfrutar machacándolas con el martillo, arrancándoles las patas y destrozándoles la cabeza!
Mmmmm… ¡qué rica me va a saber esta pequeña venganza!

¡Feliz año nuevo a los que aún seguimos vivos!

martes, 22 de diciembre de 2009

Nunca llueve a gusto de todos

Las navidades son un buen momento para el recuerdo, hijo.
Hoy, por ejemplo, yo me he acordado de mucha gente.
De Amaia, mi peluquera, que insiste en raparme la cabeza para que se me vean bien estas orejas de soplillo que Dios me ha dado.
De José, el pollero, que se piensa que soy tonta, y no sé diferenciar una gallina vieja de un buen capón.
De Gorka, el nieto de mi vecina la del quinto, que es un delincuente, y tiene previsto irse de viaje de estudios a Grecia para liarla parda.
De Pablo, mi callista, que me deja baldada cada vez que echa mano de mis pies.
Y de Mari Puri, la frutera, que en cuanto me despisto me mete alguna manzana podrida en la cesta de la compra.
Me he acordado de ellos y de muchos más. Y también me he acordado de sus padres, de sus madres, de sus hijos, tíos, sobrinos y demás familia...
...y de todos sus muertos.
¿Por qué?
Porque me vendieron lotería.
Y no me ha tocado nada.
Nada.
Cero.
Nada.
Ni El Gordo, ni el segundo premio, ni el tercero, ni el cuarto, ni el quinto, ni terminación, ni reintegro, ni pedrea. Ni un mísero real.
Toda la mañana con la cantinela de los niños de San Ildefonso, con todos los papelitos esparcidos por el suelo de la sala, comprobándolos uno a uno, con el corazón acelerado, dando botes cada vez que decían un número que se parecía a alguno de los míos... pero nada.
Así que hoy, hijo, si me preguntas cómo estoy te diré que “jodida y muy poco contenta”.
¡Yo no quiero salud! ¡Yo lo que quiero es que me toque El Gordo!
Por una vez, demonios, por una vez. Para saber lo que siente, salir en la tele y poder morirme siendo una mujer muy, muy rica.
Pero aquí sigo. Pobre de solemnidad.
Y para más inri, mi nieta la empresaria ha llegado a casa dando saltos de alegría. Tiene una participación terminada en 94. Ya sabes lo que dicen, hijo: "Todos los tontos tienen suerte". Pero el caso es que le han tocado 60 euros, es decir, 60 más que a mí. Y la muy rácana, ni siquiera ha traído unos pastales para celebrarlo.
¡Odio la lotería y odio la Navidad!

lunes, 14 de diciembre de 2009

¿Fun, fun, fun o pum, pum, pum?

Sí, ya me he enterado.
Ha llegado la Navidad.
Me ha costado, hijo, no creas.
Sé que debería haberme dado cuenta antes. Sobre todo después de encontrar —por casualidad, no es que yo anduviera fisgoneando— una tableta de turrón de Suchard que estaba oculta en el fondo de un armario de la cocina, detrás de las lentejas (y de la que, tal vez, sólo queda el envoltorio).
Pero últimamente he andado un poco distraída (con el tema de la penitencia y la ristra de rosarios que he tenido que rezar). Y el indicio definitivo, lo que me ha hecho caer en la cuenta de que otra vez había llegado la pandemia navideña, ha sido un sonido estridente en el piso de arriba, como si una manada de elefantes huyera en estampida.
No, mi vecina no ha convertido su casa en un Belén viviente ambientado en la sabana africana.
La cuestión es que, como cada año, sus nietas han venido para pasar las fiestas.
Y si las mías son un dolor de muelas, las suyas son la encarnación del demonio.
Desde las nueve de la mañana hasta las once de la noche se pasan el día saltando, arrastrando sillas, lanzando cosas al suelo, derramando botes de canicas y corriendo como si las persiguiera el hombre del saco.
Mi nieta la empresaria dice que no debería quejarme. Dice que “sólo son niñas”.
Mentira. Son un instrumento de Dios para castigarme por mis pecados.
Ya no puedo ver la telenovela tranquila porque los ruidos que salen de esa casa son insoportables. Hasta he pensado llamar a los servicios sociales para que les hagan una visita porque su comportamiento no es normal. ¡Es que están asilvestradas!
Pero he encontrado una solución menos agresiva.
Ahora me siento en el sofá con una escoba al lado. Y cada vez que hacen ruido golpeo el techo con fuerza.
Lo bueno es que eso parece calmarlas y me da un respiro hasta su próximo ataque histérico. Lo malo es que he abierto un agujero en la escayola y mi hija se ha puesto hecha un basilisco y ha dicho que el arreglo saldrá de mi pensión.
Así que...
¡Odio a las nietas del prójimo y odio la Navidad!
(Va a ser verdad lo que dice mi nieta la licenciada. En estas fechas, y con la iluminación adecuada, me parezco bastante al Grinch)

domingo, 6 de diciembre de 2009

Esqueletos en el armario

-Perdóneme, padre, porque he pecado.
-¿Otra vez por aquí, doña María? ¿No nos vimos la semana pasada?
-¿Sí? No lo recuerdo. ¿Acaso lleva usted un registro?
-Lo llevo. ¿Y qué ha hecho esta vez?
-He ocultado la verdad.
-Ya veo. ¿Como cuando no le dijo a su nieta la empresaria que habían llamado del banco y estuvieron a punto de embargarle la casa?
-Peor.
-¿Como cuando no le dijo a su nieta la licenciada que habían adelantado la hora de su entrevista de trabajo, porque estaba enfadada con ella por haberla obligado a comer lentejas?
-Peor.
-¿Como cuando no le dijo a su nieta la emancipada que había un piso de alquiler muy barato cerca de su casa para que se fuera a vivir bien lejos de usted?
-Peor, padre, peor.
-Pues no sé si habrá penitencia para nada peor, doña María. ¿Qué es lo que ha hecho?
-He fingido ser una abuela de verdad.
-¿Cómo?
-Pues verá, padre. Resulta que un día se me ocurrió crear un blog para dejar constancia de mi paso por este mundo y lamentarme amargamente de las perrerías que me hacen mis nietas. Pero puede que, tal vez, por casualidad, de forma accidental y sin ninguna premeditación, se me olvidara mencionar que no soy una persona de carne y hueso.
-Ay, doña María, doña María. Es usted incorregible. ¿Y no se le ocurrió pensar que alguno de sus lectores podría creer que era usted real?
-La verdad es que no, padre. Ni se me pasó por la cabeza. Yo sólo quería llenar un vacío. ¿Sabe usted que mis nietas se criaron en una cultura sin abuelos? Le diré cuáles fueron sus referentes: el abuelo de Heidi (que se pasaba todo el día solo en la montaña… con las ovejas), la abuela de Caperucita (que se hacía la enferma y obligaba a su pobre nieta a adentrarse sola en un bosque plagado de animales salvajes) y el abuelo de los Simpsons (que… era el abuelo de los Simpsons). Alguien tenía que asumir la tarea de dar ejemplo a nuestros jóvenes, padre.
-Muy loable por su parte. Pero la cuestión es: ¿está arrepentida?
-Sí, padre, mucho. Mucho, mucho, mucho. Tanto que incluso he pensado en mi castigo. ¿Le parece justo que rece diez rosarios y además haga una sustanciosa donación a la parroquia?
-Me parece justo. Pero además, tendrá que “salir del armario”.
-¿Padre?
-Confesar, doña María, confesar. Ya sabe, algo como: “Sólo soy una abuela de papel. Si me pinchas no sangro, si me haces cosquillas no río, si me envenenas no muero, si me ofendes…”
-… si me ofenden encontraré la forma de vengarme, padre. Por muy de mentiras que sea.
-¿Ya está pensando en nuevas formas de pecar?
-No, padre, no. Una y no más, se lo juro por Dios.
-¡Eso es una blasfemia!
-¡Mil disculpas! Añadiré otro rosario a mi penitencia. Pero, padre, ¿cree…?
-¿Qué?
-¿Cree que me perdonarán?
-Sólo el Señor lo sabe, doña María. Aunque debería prepararse. Por si deciden todos enviarla al Infierno.