miércoles, 29 de julio de 2009

Sansón rima con depresión

Devuelve el traje negro que te habías comprado, hijo.
No. No he muerto.
Aún sigo aquí, vivita, coleando y como diría mi nieta la zapatera “dando por saco”.
¿Me has echado de menos?
Yo a ti no, para que vamos a andarnos con tonterías. Al fin y al cabo das mucho trabajo y nunca me escribes contándome tus progresos con la tetona. (A estas alturas habrás conseguido “entrar” en materia ¿no?)
He estado deprimida.
Muy deprimida.
Llevo dos semanas encerrada en casa sin querer salir, comiendo como una gulímica, aferrada al mando a distancia, fastidiando a mis nietas como si el diablo se me hubiera metido en el cuerpo.
Sí. Soy de esas, ¿qué te pensabas? Si yo sufro, el mundo entero sufre conmigo. Si estoy cabreada, ten por seguro que todos a mi alrededor terminarán cabreados. Histéricos. Desquiciados.
Vivir es compartir.
Y envejecer es padecer.
Padecer que tus uñas y tu pelo crezcan a un ritmo de vértigo.
Padecer que la gente a tu alrededor se piense que no tienes criterio.
Padecer que otros tomen las decisiones por ti.
—Bien corto.
Esas fueron las palabras de mi hija.
Y a la maldita peluquera sólo le faltó lanzar las tijeras al aire, bailar una sevillana y después raparme la cabeza.
Cabrona.
Ahora ha crecido un poco. Pero cuando salí de aquel antro de tortura estuve tentada de ir a poner una denuncia. Porque si mis orejas son ya de por sí de buen tamaño, imagínate la pinta que tengo ahora sin pelo en el cogote.



Algo así pero en vieja y arrugada.
Mi nieta la licenciada ha aprovechado la situación. Cómo no. Me llama “teniente O’neal”. Yo ese no sé quién es pero estoy segura de que la muy jodida se está riendo a mí costa.
Así que se la guardo.
Dulces sueños, nietecita. Tu abuela te velará con unas tijeras en la mano.

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