jueves, 23 de abril de 2009

Una marmota. Dos marmotas. Tres marmotas...

Te voy a contar un secreto.
Todos los viejos somos un poco cabrones. Sí, hijo, sí. Lo que has leído. Con todas sus letras.
C-A-B-R-O-N-E-S.
Por algo dicen que la vejez es una segunda infancia. ¿Conoces algo peor que un niño de cuatro años con una rabieta? ¿Uno de esos críos gritones que se tiran al suelo y patalean porque su madre no les quiere comprar una videoconsola de última generación?
Pues los viejos somos igual. Salvo que nosotros no nos tiramos al suelo por temor a no ser capaces de levantarnos jamás.
Por supuesto, tantos años de vida nos han capacitado para utilizar métodos más sofisticados. Por ejemplo, la guerra psicológica. (Y no, hijo, por muchas películas que hayas visto, no la inventaron los americanos. Te aseguro que existe desde el inicio de los tiempos. Me apuesto la pensión del mes que viene a que Eva la usaba contra Adán. Y no viceversa, porque reconócelo, los hombres no sois muy espabilados).


Mi método es muy simple. Cuando una de mis nietas me cambia de canal para ver una de esas series que tanto les gustan (una con mucho sexo, mucha violencia y poca moral) pongo en práctica lo que me gusta denominar como: “El día de la marmota”.
Presta atención:
—¿A qué hora viene tu madre? —pregunto.
—A las seis y media.
Asiento, espero cinco minutos y vuelvo a preguntar:
—¿Dónde está tu hermana?
—Trabajando.
Otros cinco minutos, y cuando me parece que va a pasar algo interesante en la serie le digo:
—No puedo ni abrir los ojos —Me los froto con un pañuelo—. ¿No tienes gotas?
Mi nieta me lanza una mirada matadora pero se levanta para echarme un colirio normal y corriente. Por supuesto, yo hago todo lo posible porque no caiga una sola gota dentro.
—Abuela, no aprietes los párpados.
—Ya te he dicho que no puedo ni abrir los ojos.
Ella bufa. Se pierde un buen trozo de su serie. Y a los cinco minutos vuelvo a preguntar:
—¿A qué hora viene tu madre?
—Te he dicho que a las seis y media.
Otros cinco minutos después:
—Tú madre vendrá a las seis y media ¿no?
—Que sí abuela, que no me dejas escuchar la tele.
—¿Esto es La Primera?
—No. Es Cuatro.
—A mí me gusta La Primera.
—Y a mí me gusta esta serie.
—No dan más que violencia en la televisión. Oye, hija, ¿no tienes gotas para los ojos? Es que no puedo ni abrirlos.
—Te acabo de echar gotas abuela.
—Pues no me han hecho nada de nada. ¿A qué hora viene tu madre?
Y continúo así hasta que mi nieta se pone hecha un basilisco o la serie se termina y se larga cabreada a leer un libro. (No sin antes haberme puesto de nuevo la tele en La Primera que, al fin y al cabo, era lo que yo quería).

¿Cómo es el refrán de la vejez y el demonio?
Ya me acuerdo:
‹‹Todos los viejos somos unos diablos.››
¿A que ahora ves a tu dulce abuelita con otros ojos?

1 comentario:

Érika Gael dijo...

Entonces el público tiene que entender que la lectura es tu segunda opción por detrás de la tele? Qué picajosa estoy hoy... jejeje.

Besos y enhorabuena por este blog! Es la caña!