No tengo nada que ponerme.
Lo he comprobado, hijo. Llevo cuatro días abriendo armarios, vaciando cajones, rebuscando bajo las camas y entre los kilos y kilos de basura que he ido acumulando a lo largo de los años en la buhardilla de mi casa.
Resultado:
Prendas que ponerme: 0 – Huesos doloridos: todos.
Me he probado faldas largas y faldas cortas, camisas de verano y camisas de invierno, pantalones y bermudas, abrigos de lana, de piel de vaca y de piel de conejo. Me he puesto zapatos de tacón, zapatillas de estar por casa, chancletas y hasta deportivas. He encontrado trajes apolillados de los años 40, 50, 60, 70, 80 y 90. He descubierto que mi traje de novia ha encogido una barbaridad con el paso de los años y que, a mi edad, no luzco muy hermosa llevando una camisa con chorreras, unos pantalones con pata de elefante y unos zapatos de plataforma.
En definitiva:
QUE-NO-TENGO-NADA-QUE-PONERME.
A ver, entiéndeme, no es que ahora mismo vaya desnuda por la casa con el frío que hace. Tengo ropa, claro que sí, ropa que me cabe y ropa que, ejem, me está un pelín justa. La cuestión es que no tengo nada que ponerme…
…para cuando me muera.
Sí, hijo, sí. Estoy eligiendo mi mortaja.
No te preocupes, no me voy a morir. Estoy más sana que una lechuga y ya sabes eso que dicen sobre la mala hierba. Lo que pasa es que me he dado cuenta de que si no elijo yo la ropa con la que quiero que me entierren, lo harán mis nietas.
¡Y no pienso presentarme en el otro barrio ataviada con un vestido rosa de muselina lleno de lazos y volantes!
Que las conozco, y seguro que ya están maquinando su última venganza.
De todas formas, esperaré a las rebajas de enero para ir de compras, porque no está la cosa como para derrochar el dinero.
¿Sabes lo único que no me falta, hijo? La ropa interior. Porque ya me lo dijo mi madre (que en paz descanse):
“Hagas lo que hagas, ponte bragas”.
Y hace tiempo que tengo unas reservadas para la ocasión.
lunes, 30 de noviembre de 2009
sábado, 21 de noviembre de 2009
De mayor quiero ser teatrera
Para Marco.
Resulta que mi nieta la licencia es una pirómana, hijo.
Pero no en el sentido habitual del término. No es que le guste convertir mi bote de laca para el pelo en un lanzallamas, ni que disfrute haciendo fogatas en su habitación con una cerilla, un poco de disolvente y los cuadernos donde escribo este blog.
Lo que pasa es que es adicta a las piras.
Lo que pasa es que le encanta gastar un montón de dinero apuntándose a cientos de cursos para luego faltar a clase a la menor oportunidad.
Lo que pasa es que obtiene placer quedándose en casa tirada en el sofá y viendo la tele cuando debería estar aprendiendo algo útil, para variar.
Reconozco que al menos la niña tiene talento para buscar excusas que justifiquen sus ausencias. En lo que llevamos de curso ha tenido la gripe A dos veces, ha sufrido horribles calambres menstruales en seis ocasiones, ha experimentado mareos y náuseas matutinas tres días seguidos (seguramente provocadas por un embarazo psicológico, porque como el padre no fuera el Espíritu Santo…) y ¡oh! mi favorita, la pobre se ha visto obligada a enterrar a su abuela, o sea una servidora, dos veces en el mismo mes (una que es dura de pelar y se ha apuntado a eso de la resurrección).
Mi hija se pone mala cada vez que la niña hace pira, pero a mí me encanta. Porque es realmente divertido verla poner cara de enferma y voz de moribunda.
-¿Me puedes hacer un zumo, abuelita? Es que no me encuentro bien.
Sí, claro. ¿Acaso tengo cara de exprimidor?
-Ah, ¿pero estás enferma? ¿Y qué te pasa?
-Que estoy resfriada.
Le pongo la mano en la frente y está más fría que mi primer cadáver.
-Estás ardiendo, hija. Vamos, vamos al baño. Hay que darte una ducha con agua helada para que te baje la fiebre.
-¡Que no, abuela! ¡Que no me quiero bañar!
-Que sí, hija, que sí. Y luego te metes a la cama y duermes un rato mientras yo te preparo algo que te va a quitar el resfriado en un santiamén.
-¡Abuela, que no! ¡Que estoy bien aquí viendo la tele! ¡Y no quiero ningún mejunje asqueroso!
-Calla, hija, calla, que estás delirando por la fiebre. Primero la ducha, luego la cama, y luego te doy unas friegas con Vicks VapoRub para abrir los pulmones...
-¡Ni de coña, que eso huele fatal!
-... y te corto unas cebollas para ponerte en la mesilla, que dicen en la tele que son buenas para los mocos y…
-¡Déjame, abuela! Olvídalo. Mira, ya me siento mucho mejor. ¿Sabes qué? Me voy clase.
Está claro, hijo. El alma teatrera la heredó de mí.
Resulta que mi nieta la licencia es una pirómana, hijo.
Pero no en el sentido habitual del término. No es que le guste convertir mi bote de laca para el pelo en un lanzallamas, ni que disfrute haciendo fogatas en su habitación con una cerilla, un poco de disolvente y los cuadernos donde escribo este blog.
Lo que pasa es que es adicta a las piras.
Lo que pasa es que le encanta gastar un montón de dinero apuntándose a cientos de cursos para luego faltar a clase a la menor oportunidad.
Lo que pasa es que obtiene placer quedándose en casa tirada en el sofá y viendo la tele cuando debería estar aprendiendo algo útil, para variar.
Reconozco que al menos la niña tiene talento para buscar excusas que justifiquen sus ausencias. En lo que llevamos de curso ha tenido la gripe A dos veces, ha sufrido horribles calambres menstruales en seis ocasiones, ha experimentado mareos y náuseas matutinas tres días seguidos (seguramente provocadas por un embarazo psicológico, porque como el padre no fuera el Espíritu Santo…) y ¡oh! mi favorita, la pobre se ha visto obligada a enterrar a su abuela, o sea una servidora, dos veces en el mismo mes (una que es dura de pelar y se ha apuntado a eso de la resurrección).
Mi hija se pone mala cada vez que la niña hace pira, pero a mí me encanta. Porque es realmente divertido verla poner cara de enferma y voz de moribunda.
-¿Me puedes hacer un zumo, abuelita? Es que no me encuentro bien.
Sí, claro. ¿Acaso tengo cara de exprimidor?
-Ah, ¿pero estás enferma? ¿Y qué te pasa?
-Que estoy resfriada.
Le pongo la mano en la frente y está más fría que mi primer cadáver.
-Estás ardiendo, hija. Vamos, vamos al baño. Hay que darte una ducha con agua helada para que te baje la fiebre.
-¡Que no, abuela! ¡Que no me quiero bañar!
-Que sí, hija, que sí. Y luego te metes a la cama y duermes un rato mientras yo te preparo algo que te va a quitar el resfriado en un santiamén.
-¡Abuela, que no! ¡Que estoy bien aquí viendo la tele! ¡Y no quiero ningún mejunje asqueroso!
-Calla, hija, calla, que estás delirando por la fiebre. Primero la ducha, luego la cama, y luego te doy unas friegas con Vicks VapoRub para abrir los pulmones...
-¡Ni de coña, que eso huele fatal!
-... y te corto unas cebollas para ponerte en la mesilla, que dicen en la tele que son buenas para los mocos y…
-¡Déjame, abuela! Olvídalo. Mira, ya me siento mucho mejor. ¿Sabes qué? Me voy clase.
Está claro, hijo. El alma teatrera la heredó de mí.
martes, 17 de noviembre de 2009
Adiós, adiós... hasta nunca jamás
Sé que no puedes verme, hijo, pero haz un esfuerzo y trata de imaginarme.
Yo.
Ya sabes, pequeña, encorvada, escaso pelo blanco en la cabeza y cara de urraca.
Vestida con mi bata rosa de lana y mis zapatillas azules forradas de borreguito.
(Ni se te ocurra intentar imaginar lo que llevo debajo, depravado)
Una sonrisa desdentada de oreja a oreja.
Los brazos en alto. Castañuelas en las manos.
Y… bailando una jota navarra en el salón de casa.
Yo.
Ya sabes, pequeña, encorvada, escaso pelo blanco en la cabeza y cara de urraca.
Vestida con mi bata rosa de lana y mis zapatillas azules forradas de borreguito.
(Ni se te ocurra intentar imaginar lo que llevo debajo, depravado)
Una sonrisa desdentada de oreja a oreja.
Los brazos en alto. Castañuelas en las manos.
Y… bailando una jota navarra en el salón de casa.

Lógicamente te preguntarás: ¿por qué se arriesga Doña María a romperse la cadera y terminar en una silla de ruedas para el resto de sus días?
Pues porque estoy de celebración.
¡¡¡Mi nieta la pequeña se ha marchado de casa!!!
Desde que ayer por la noche cogió las maletas y salió por la puerta no puedo dejar de bailar, porque, demonios, ya iba siendo hora de que una de estas harpías abandonara el nido.
¡Una menos con la que pelearme por el mando a distancia!
¡Una menos que me dibujará bigote en la cara cuando me quede dormida en el sofá!
¡Una menos que tratará de engatusarme para que le deje mi piso cuando muera!
Deberías haber visto el momento de la despedida.
Mi hija era un mar de lágrimas.
Mi nieta la empresaria era un mar de lágrimas.
Mi nieta la licenciada era un mar de lágrimas.
El perro era un mar de lágrimas.
Yo por el contrario, seguía con mi baile particular. El gato y una servidora fuimos los únicos capaces de conservar la compostura. ¿Llorar para qué?
Que se vaya, que se vaya.
Y que no vuelta. Ya tengo planes para su habitación.
(Sí, ya sé que la foto la he usado en otra ocasión, pero es que estoy haciendo algo muy moderno. Se llama reciclar. Otro día te doy una lección sobre el tema, hijo)
Pues porque estoy de celebración.
¡¡¡Mi nieta la pequeña se ha marchado de casa!!!
Desde que ayer por la noche cogió las maletas y salió por la puerta no puedo dejar de bailar, porque, demonios, ya iba siendo hora de que una de estas harpías abandonara el nido.
¡Una menos con la que pelearme por el mando a distancia!
¡Una menos que me dibujará bigote en la cara cuando me quede dormida en el sofá!
¡Una menos que tratará de engatusarme para que le deje mi piso cuando muera!
Deberías haber visto el momento de la despedida.
Mi hija era un mar de lágrimas.
Mi nieta la empresaria era un mar de lágrimas.
Mi nieta la licenciada era un mar de lágrimas.
El perro era un mar de lágrimas.
Yo por el contrario, seguía con mi baile particular. El gato y una servidora fuimos los únicos capaces de conservar la compostura. ¿Llorar para qué?
Que se vaya, que se vaya.
Y que no vuelta. Ya tengo planes para su habitación.
(Sí, ya sé que la foto la he usado en otra ocasión, pero es que estoy haciendo algo muy moderno. Se llama reciclar. Otro día te doy una lección sobre el tema, hijo)
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Y el diablo inventó las legumbres
Dicen que la vejez es un retorno a la niñez.
Y tanto.
Martes 10 de noviembre de 2009. 14:30 horas.
Estoy sentada en el sofá viendo la tele cuando de pronto las paredes y el suelo bajo mis pies tiemblan como si se estuviera produciendo un terremoto.
Pero no. Es sólo el grito de mi nieta:
¡¡¡¡A COMEEEEEEERRRRRRRRRRR!!!!
Me levanto y me dirijo a la cocina. La mesa está puesta. El gato está dormido en mi silla. Mis nietas me miran como lobas hambrientas. El perro babea en un rincón.
Tiro a Lucifer al suelo, me siento, cojo la cuchara y…
¡Buaj!
Lentejas.
“Comida de viejas. Si quieres las comes y si no las dejas.”
Mentira.
-A mí esto no me gusta -digo.
-Abuela, cómete las lentejas.
-Que te digo que a mí este mejunje nunca me ha gustado y no me lo pienso comer.
-Abuela, mamá hace lentejas una vez a la semana y tú comes lentejas una vez a la semana.
-¿Yo? Mentira. Hace años que no las pruebo. Si a mí estas cosas me dan mucho asco.
Dejo la cuchara en el plato y me cruzo de brazos.
-Si no te comes las lentejas no hay segundo plato.
-Seguro.
-No te vas a levantar de la mesa hasta que te las comas, abuela.
-Lo que tú digas.
-Si no te las comes hoy, te estarán esperando mañana.
-Anda, anda, deja de decir memeces.
-Si no hay lentejas no hay postre.
Miro a mi nieta a la cara.
-¿Qué postre?
-Tarta de manzana.
Suspiro. En fin. Vuelvo a coger la cuchara, la hundo en el mejunje marrón, la cargo hasta los topes y me la llevo a la boca. Me termino todo el plato de lentejas. Rebaño el plato de lentejas.
Y de premio, dos trozos de pastel.
Moraleja:
Los que hacen los refranes son idiotas. Mis nietas son unas negreras. Las lentejas son asquerosas. A los perros no les interesan las legumbres. Mi hija debería variar un poco el menú.
Y lo más importante: todos tenemos un precio.
Yo haría cualquier cosa por un trozo de tarta de manzana.
Y tanto.
Martes 10 de noviembre de 2009. 14:30 horas.
Estoy sentada en el sofá viendo la tele cuando de pronto las paredes y el suelo bajo mis pies tiemblan como si se estuviera produciendo un terremoto.
Pero no. Es sólo el grito de mi nieta:
¡¡¡¡A COMEEEEEEERRRRRRRRRRR!!!!
Me levanto y me dirijo a la cocina. La mesa está puesta. El gato está dormido en mi silla. Mis nietas me miran como lobas hambrientas. El perro babea en un rincón.
Tiro a Lucifer al suelo, me siento, cojo la cuchara y…
¡Buaj!
Lentejas.
“Comida de viejas. Si quieres las comes y si no las dejas.”
Mentira.
-A mí esto no me gusta -digo.
-Abuela, cómete las lentejas.
-Que te digo que a mí este mejunje nunca me ha gustado y no me lo pienso comer.
-Abuela, mamá hace lentejas una vez a la semana y tú comes lentejas una vez a la semana.
-¿Yo? Mentira. Hace años que no las pruebo. Si a mí estas cosas me dan mucho asco.
Dejo la cuchara en el plato y me cruzo de brazos.
-Si no te comes las lentejas no hay segundo plato.
-Seguro.
-No te vas a levantar de la mesa hasta que te las comas, abuela.
-Lo que tú digas.
-Si no te las comes hoy, te estarán esperando mañana.
-Anda, anda, deja de decir memeces.
-Si no hay lentejas no hay postre.
Miro a mi nieta a la cara.
-¿Qué postre?
-Tarta de manzana.
Suspiro. En fin. Vuelvo a coger la cuchara, la hundo en el mejunje marrón, la cargo hasta los topes y me la llevo a la boca. Me termino todo el plato de lentejas. Rebaño el plato de lentejas.
Y de premio, dos trozos de pastel.
Moraleja:
Los que hacen los refranes son idiotas. Mis nietas son unas negreras. Las lentejas son asquerosas. A los perros no les interesan las legumbres. Mi hija debería variar un poco el menú.
Y lo más importante: todos tenemos un precio.
Yo haría cualquier cosa por un trozo de tarta de manzana.
jueves, 5 de noviembre de 2009
¡Qué bonito es el amor!
Pues claro que no.
Hazme caso, hijo. Es malo. Es un cáncer. Y causa estupidez crónica.
El otro día me encontré con una antigua vecina a la que sus hijos consiguieron encerrar en una residencia. (Y todo porque no me hizo caso cuando le aconsejé encadenarse a la nevera para evitar que se la llevaran).
Resulta que está encantada de la vida. Resulta que es la mujer más feliz del mundo. ¿Y por qué?
Porque nunca ha tenido dos dedos frente y es idiota.
Dice que se ha enamorado.
Dice que se va a casar.
¡¡A los 79 años!!
¿Para qué demonios quiere un marido a estas alturas de su vida? ¡Si le va a durar dos días! Porque no se ha comprometido con un jovencito lozano y saludable, no. Lo ha hecho con un viejo seis años mayor que ella. ¿Qué pretende? ¿No tuvo bastante con lavar los calzoncillos de su primer marido durante treinta años? ¿Ahora quiere pasar sus últimos días cambiándole los pañales al segundo?
Atontada.
Me han invitado a la boda.
No pensaba ir porque se celebrará en la residencia y no quiero arriesgarme a que alguna de las carceleras me confunda con uno de sus internos y luego no me dejen salir.
Pero he cambiado de opinión. Pienso ir, claro que sí.
Y cuando llegue el momento de tirar arroz sobre los novios, yo pienso lanzarle un ladrillo a mi vecina en toda la cabeza a ver si la muy tonta espabila y se da cuenta de que se ha casado con un vejestorio.
Con lo bien que se vive sola, cuando te has librado del marido, de los hijos y hasta de los nietos. ¿Quién, en su sano juicio, cambiaría semejante libertad por ver cada día al despertar un rostro como éste?
Hazme caso, hijo. Es malo. Es un cáncer. Y causa estupidez crónica.
El otro día me encontré con una antigua vecina a la que sus hijos consiguieron encerrar en una residencia. (Y todo porque no me hizo caso cuando le aconsejé encadenarse a la nevera para evitar que se la llevaran).
Resulta que está encantada de la vida. Resulta que es la mujer más feliz del mundo. ¿Y por qué?
Porque nunca ha tenido dos dedos frente y es idiota.
Dice que se ha enamorado.
Dice que se va a casar.
¡¡A los 79 años!!
¿Para qué demonios quiere un marido a estas alturas de su vida? ¡Si le va a durar dos días! Porque no se ha comprometido con un jovencito lozano y saludable, no. Lo ha hecho con un viejo seis años mayor que ella. ¿Qué pretende? ¿No tuvo bastante con lavar los calzoncillos de su primer marido durante treinta años? ¿Ahora quiere pasar sus últimos días cambiándole los pañales al segundo?
Atontada.
Me han invitado a la boda.
No pensaba ir porque se celebrará en la residencia y no quiero arriesgarme a que alguna de las carceleras me confunda con uno de sus internos y luego no me dejen salir.
Pero he cambiado de opinión. Pienso ir, claro que sí.
Y cuando llegue el momento de tirar arroz sobre los novios, yo pienso lanzarle un ladrillo a mi vecina en toda la cabeza a ver si la muy tonta espabila y se da cuenta de que se ha casado con un vejestorio.
Con lo bien que se vive sola, cuando te has librado del marido, de los hijos y hasta de los nietos. ¿Quién, en su sano juicio, cambiaría semejante libertad por ver cada día al despertar un rostro como éste?

¿Ves como yo tenía razón? El amor no es ciego. Es una enfermedad. Un mal que afecta a la mente y que convierte un monstruo en un príncipe azul.
Y créeme, hijo. La única cura que parece funcionar es el ladrillazo en la cabeza.
(Por cierto, si la foto del novio está tan estropeada es porque fue tomada cuando aún era joven, así que imagina cómo es ahora)
sábado, 31 de octubre de 2009
Yo, mártir
Recuerdo otro 31 de octubre.
Llovía.
Llovía mucho y hacía frío, porque en aquellos días llovía y hacía frío cuando tenía que llover y hacer frío. Y no como ahora.
Yo, sin embargo, estaba empapada en sudor y los dolores eran insoportables.
Por aquel entonces no había calmantes para aliviarme, como mucho un palo para morder y una cierta permisividad en lo que a insultos contra Dios se refiere.
Me pasé 15 horas sudando, sufriendo, sudando, sufriendo. Maldiciendo.
Hasta que se dignó a venir al mundo.
Gordita, fea, arrugada. Sucia.
De eso hace 57 años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Y me sigue doliendo como si hubiera sido ayer.
No entiendo por qué se celebran los cumpleaños de los hijos, la verdad. Lo que debería celebrarse es el valor de las madres, su tolerancia al dolor, su capacidad para pasar por un infierno de calambres, sangre y gritos para que el resultado final sea una pasa jugosa y maloliente que te dará un disgusto tras otro.
Les das la vida, los alimentas, los vistes, tratas de educarlos, y ellos se cagan por todas partes, vomitan, te contestan, se escapan de casa a la hora de la siesta y al final te dan tres nietas que se dedican al terrorismo contra la tercera edad.
Hoy debería celebrarse mi grandeza y no el que mi hija esté cada vez más cerca de los 60. Los regalos deberían hacérmelos a mí, la fiesta debería ser en mi honor. Pero como mucho podré aspirar a un trozo de tarta.
Pues nada, hija. Que sepas que todavía te guardo rencor por las estrías, las varices y demás lindezas del embarazo, aunque me consuela saber que tú pasaste por lo mismo.
Tres veces.
¿No fue divertido, verdad? Pues prepárate. Porque a partir de ahora las cosas irán de mal en peor.
FELIZ CUMPLEAÑOS. 
Llovía.
Llovía mucho y hacía frío, porque en aquellos días llovía y hacía frío cuando tenía que llover y hacer frío. Y no como ahora.
Yo, sin embargo, estaba empapada en sudor y los dolores eran insoportables.
Por aquel entonces no había calmantes para aliviarme, como mucho un palo para morder y una cierta permisividad en lo que a insultos contra Dios se refiere.
Me pasé 15 horas sudando, sufriendo, sudando, sufriendo. Maldiciendo.
Hasta que se dignó a venir al mundo.
Gordita, fea, arrugada. Sucia.
De eso hace 57 años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Y me sigue doliendo como si hubiera sido ayer.
No entiendo por qué se celebran los cumpleaños de los hijos, la verdad. Lo que debería celebrarse es el valor de las madres, su tolerancia al dolor, su capacidad para pasar por un infierno de calambres, sangre y gritos para que el resultado final sea una pasa jugosa y maloliente que te dará un disgusto tras otro.
Les das la vida, los alimentas, los vistes, tratas de educarlos, y ellos se cagan por todas partes, vomitan, te contestan, se escapan de casa a la hora de la siesta y al final te dan tres nietas que se dedican al terrorismo contra la tercera edad.
Hoy debería celebrarse mi grandeza y no el que mi hija esté cada vez más cerca de los 60. Los regalos deberían hacérmelos a mí, la fiesta debería ser en mi honor. Pero como mucho podré aspirar a un trozo de tarta.
Pues nada, hija. Que sepas que todavía te guardo rencor por las estrías, las varices y demás lindezas del embarazo, aunque me consuela saber que tú pasaste por lo mismo.
Tres veces.
¿No fue divertido, verdad? Pues prepárate. Porque a partir de ahora las cosas irán de mal en peor.
FELIZ CUMPLEAÑOS.

martes, 27 de octubre de 2009
Si Maquiavelo levantara la cabeza...
El cambio de hora es un pésimo invento, hijo.
¿Por qué? Pues porque cuando me sobra tiempo, me da por pensar, y cuando pienso lo hago en cosas como ésta:
Tengo tres nietas.
Espero casarlas en los próximos cinco años.
Mi intención es vivir al menos un par de décadas más.
Si se reproducen, cada una podría tener, digamos, un máximo de tres hijos.
Ergo…
…antes de morirme podría juntarme con nueve biznietos.
Nueve.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve.
Nueve individuos que serán carne y sangre de mis nietas.
Nueve niños gritones, meones, cagones y llorones que me estropearán el momento de la telenovela.
¿En qué demonios estaba pensando cuando me obsesioné con la idea de encontrarles un marido?
¡Ah, sí! En que era la única forma de que se largaran de casa de una vez y poder ser la dueña y señora del mando a distancia.
Entonces la cuestión es, ¿cómo consigo casarlas a todas evitando que traigan al mundo a su infame prole?
Algo se me ocurrirá. Pero se aceptan sugerencias.
(Vale. Has contando el número de bebés de la foto y resulta que sólo hay ocho. No te pongas en plan caprichoso, hijo. No es culpa mía que los partos de ¿nonallizos? sean uno entre mil millones)
¿Por qué? Pues porque cuando me sobra tiempo, me da por pensar, y cuando pienso lo hago en cosas como ésta:
Tengo tres nietas.
Espero casarlas en los próximos cinco años.
Mi intención es vivir al menos un par de décadas más.
Si se reproducen, cada una podría tener, digamos, un máximo de tres hijos.
Ergo…
…antes de morirme podría juntarme con nueve biznietos.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve.
Nueve individuos que serán carne y sangre de mis nietas.
Nueve niños gritones, meones, cagones y llorones que me estropearán el momento de la telenovela.
¿En qué demonios estaba pensando cuando me obsesioné con la idea de encontrarles un marido?
¡Ah, sí! En que era la única forma de que se largaran de casa de una vez y poder ser la dueña y señora del mando a distancia.
Entonces la cuestión es, ¿cómo consigo casarlas a todas evitando que traigan al mundo a su infame prole?
Algo se me ocurrirá. Pero se aceptan sugerencias.
(Vale. Has contando el número de bebés de la foto y resulta que sólo hay ocho. No te pongas en plan caprichoso, hijo. No es culpa mía que los partos de ¿nonallizos? sean uno entre mil millones)
domingo, 18 de octubre de 2009
Pajarracas
Urraca.
Dícese del pájaro que tiene cerca de medio metro de largo y unos seis decímetros de envergadura, con pico y pies negruzcos, y plumaje blanco en el vientre y arranque de las alas, y negro con reflejos metálicos en el resto del cuerpo. Abunda en España, se domestica con facilidad, es vocinglero, remeda palabras y trozos cortos de música, y suele llevarse al nido objetos pequeños, sobre todo si son brillantes.
He ahí la definición del diccionario. Pésima por cierto.
(Me parece a mí que los insignes miembros de la RAE le encargaron ésta en particular a algún becario)
O sea, que te llamen urraca no es un halago precisamente. Lo que significa que mis nietas llevan algún tiempo insultándome en mi propia cara.
¿Y qué si, ahora que estoy encogiendo, mi gran nariz parece un pico?
¿Y qué si, dado que cada vez estoy más sorda, soy un poco vocinglera y hablo demasiado alto?
¿Y qué si, puesto que tengo mucho tiempo libre, me dedico a limpiar y recoger las cosas que se quedan fuera de su sitio –en especial si se trata de dinero– y me las meto al bolsillo y luego se me olvida comunicar a su dueña que están en mi poder?

¿Son esas razones suficientes para que mis nietas se dediquen a llamarme urraca?
Yo diría que no.
Pero peor para ellas.
Porque resulta que hubo una Urraca, con mayúscula, que fue reina de León y Castilla, y se casó con un tal Alfonso I, al que apodaban el batallador. Y aunque su marido era un cafre que se pasaba el día a la gresca, todas las peleas las ganaba ella.
Siempre es posible darle la vuelta a la tortilla, hijo. Como en ese refrán. ¿Cómo era? "Si la vida te da limones…" ¡Ah, ya me acuerdo! Si la vida te da limones, hazte unos mojitos y verás la adversidad de otra manera. Y si las cosas siguen estando muy negras, piensa que la cirrosis acabará contigo y con todos tus problemas.
Dícese del pájaro que tiene cerca de medio metro de largo y unos seis decímetros de envergadura, con pico y pies negruzcos, y plumaje blanco en el vientre y arranque de las alas, y negro con reflejos metálicos en el resto del cuerpo. Abunda en España, se domestica con facilidad, es vocinglero, remeda palabras y trozos cortos de música, y suele llevarse al nido objetos pequeños, sobre todo si son brillantes.
He ahí la definición del diccionario. Pésima por cierto.
(Me parece a mí que los insignes miembros de la RAE le encargaron ésta en particular a algún becario)
O sea, que te llamen urraca no es un halago precisamente. Lo que significa que mis nietas llevan algún tiempo insultándome en mi propia cara.
¿Y qué si, ahora que estoy encogiendo, mi gran nariz parece un pico?
¿Y qué si, dado que cada vez estoy más sorda, soy un poco vocinglera y hablo demasiado alto?
¿Y qué si, puesto que tengo mucho tiempo libre, me dedico a limpiar y recoger las cosas que se quedan fuera de su sitio –en especial si se trata de dinero– y me las meto al bolsillo y luego se me olvida comunicar a su dueña que están en mi poder?

¿Son esas razones suficientes para que mis nietas se dediquen a llamarme urraca?
Yo diría que no.
Pero peor para ellas.
Porque resulta que hubo una Urraca, con mayúscula, que fue reina de León y Castilla, y se casó con un tal Alfonso I, al que apodaban el batallador. Y aunque su marido era un cafre que se pasaba el día a la gresca, todas las peleas las ganaba ella.
Siempre es posible darle la vuelta a la tortilla, hijo. Como en ese refrán. ¿Cómo era? "Si la vida te da limones…" ¡Ah, ya me acuerdo! Si la vida te da limones, hazte unos mojitos y verás la adversidad de otra manera. Y si las cosas siguen estando muy negras, piensa que la cirrosis acabará contigo y con todos tus problemas.
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