-Perdóneme, padre, porque he pecado.
-¿Otra vez por aquí, doña María? ¿No nos vimos la semana pasada?
-¿Sí? No lo recuerdo. ¿Acaso lleva usted un registro?
-Lo llevo. ¿Y qué ha hecho esta vez?
-He ocultado la verdad.
-Ya veo. ¿Como cuando no le dijo a su nieta la empresaria que habían llamado del banco y estuvieron a punto de embargarle la casa?
-Peor.
-¿Como cuando no le dijo a su nieta la licenciada que habían adelantado la hora de su entrevista de trabajo, porque estaba enfadada con ella por haberla obligado a comer lentejas?
-Peor.
-¿Como cuando no le dijo a su nieta la emancipada que había un piso de alquiler muy barato cerca de su casa para que se fuera a vivir bien lejos de usted?
-Peor, padre, peor.
-Pues no sé si habrá penitencia para nada peor, doña María. ¿Qué es lo que ha hecho?
-He fingido ser una abuela de verdad.
-¿Cómo?
-Pues verá, padre. Resulta que un día se me ocurrió crear un blog para dejar constancia de mi paso por este mundo y lamentarme amargamente de las perrerías que me hacen mis nietas. Pero puede que, tal vez, por casualidad, de forma accidental y sin ninguna premeditación, se me olvidara mencionar que no soy una persona de carne y hueso.
-Ay, doña María, doña María. Es usted incorregible. ¿Y no se le ocurrió pensar que alguno de sus lectores podría creer que era usted real?
-La verdad es que no, padre. Ni se me pasó por la cabeza. Yo sólo quería llenar un vacío. ¿Sabe usted que mis nietas se criaron en una cultura sin abuelos? Le diré cuáles fueron sus referentes: el abuelo de Heidi (que se pasaba todo el día solo en la montaña… con las ovejas), la abuela de Caperucita (que se hacía la enferma y obligaba a su pobre nieta a adentrarse sola en un bosque plagado de animales salvajes) y el abuelo de los Simpsons (que… era el abuelo de los Simpsons). Alguien tenía que asumir la tarea de dar ejemplo a nuestros jóvenes, padre.
-Muy loable por su parte. Pero la cuestión es: ¿está arrepentida?
-Sí, padre, mucho. Mucho, mucho, mucho. Tanto que incluso he pensado en mi castigo. ¿Le parece justo que rece diez rosarios y además haga una sustanciosa donación a la parroquia?
-Me parece justo. Pero además, tendrá que “salir del armario”.
-¿Padre?
-Confesar, doña María, confesar. Ya sabe, algo como: “Sólo soy una abuela de papel. Si me pinchas no sangro, si me haces cosquillas no río, si me envenenas no muero, si me ofendes…”
-… si me ofenden encontraré la forma de vengarme, padre. Por muy de mentiras que sea.
-¿Ya está pensando en nuevas formas de pecar?
-No, padre, no. Una y no más, se lo juro por Dios.
-¡Eso es una blasfemia!
-¡Mil disculpas! Añadiré otro rosario a mi penitencia. Pero, padre, ¿cree…?
-¿Qué?
-¿Cree que me perdonarán?
-Sólo el Señor lo sabe, doña María. Aunque debería prepararse. Por si deciden todos enviarla al Infierno.