lunes, 17 de mayo de 2010

¿Alguien da más?

Ahora entiendo esa obsesión que tienen los curas con el perdón, hijo.
No tiene nada que ver con que sea lo correcto, ni con que te garantice una entrada para el Cielo.
Es simplemente el camino más fácil, el más saludable y, sin duda, el menos cansado.
Créeme, llevo dos semanas ideando formas para vengarme de mis nietas y, hablando en plata, estoy reventada.
He pasado un montón de noches en vela, despierta hasta las tantas de la madrugada, para poder ejercer de peluquera ocasional mientras mis nietas dormían. Tengo callos en las manos por las horas dedicadas a coser entre sí sujetadores con bragas y pantalones con camisas, y a cerrar los ojales de todas las chaquetas y quitar todas las cremalleras. Me han quedado secuelas por culpa del Super Glue. Porque mientras pegaba las hojas de los libros y adhería los zapatos al suelo y lo usaba para barnizar las sillas, los pomos de las puertas y los plátanos del frutero me colocaba a base de inhalar pegamento.
Y la verdad, ha sido entretenido, pero no sé si ha merecido el esfuerzo, hijo. Así que he decidido ser magnánima y perdonar a mis nietas por lo que me hicieron.
Sin embargo, ahora temo las represalias. Y como la pensión no me da para pagar un guardaespaldas que garantice mi seguridad las veinticuatro horas del día, me he visto en la obligación de tomar una decisión drástica.
Voy a subastar a mis nietas en eBay.
Me parece la solución más inteligente para librarme de ellas de una vez y para siempre. Ésta es la descripción de los productos:

Lote número 1: la nieta empresaria
Treinta y tantos. Gran corazón en un GRAN pecho. Excelente cocinera. Accesorios: negocio propio, cientos de zapatos, modelitos a tutiplén y bisutería para montar un rastrillo.
Lote número 2: la nieta licenciada
Veintitantos. Gran cerebro en una GRAN cabeza. Un hacha para cuestiones de dinero. Accesorios: libros para parar un tren, títulos suficientes para hacer una fogata en invierno y un enorme ego.
Lote número 3: la nieta emancipada
Veintipocos. Gran belleza en una GRAN percha. Perfecta para el tema reproductivo. Accesorios: casa propia, una subvención del gobierno para pagar el alquiler y un montón de cupones para el supermercado.

Yo creo que entre las tres podrías conseguir la mujer perfecta, hijo. ¿No te interesa?
La puja para cada lote empieza en 1 euro.
¿Alguien da más?

domingo, 2 de mayo de 2010

El secreto está en la mezcla

El otro día hice uno de mis postres favoritos, hijo, y he decido compartir contigo la receta. No te preocupes no es nada complicado, ya sabes que soy de gustos sencillos. ¿Y qué hay más sencillo que un flan de huevo?
Sí, lo sé. Lo que de verdad querías saber era cómo hago ese riquísimo bacalao a la vízcaina, pero, sinceramente, se me ha olvidado. Así que tendrás que conformarte con mi delicioso flan de toda la vida.
Ah, pero el mío es especial. Muy especial. Te diré que ingredientes usé:

500 ml de leche entera
5 huevos
200 gr de azúcar
1 botella de mistela
1 pizca de maldad
5 cucharadas de mi ingrediente especial
Una ramita de premeditación
Unas gotas de alevosía

Primero hice lo más difícil: darme valor. Así que cogí la botella de mistela y me bebí un buen trago. Después puse un par de cucharadas de azúcar en la flanera, junto con la ramita de premeditación y las gotas de alevosía, y las calenté a fuego lento. Cuando los ingredientes se licuaron, procedí a extender el caramelo por toda la superficie del molde con mucha pericia, evitando que se me cayera en un ojo o que se solidificara durante el proceso.
A continuación, en un bol aparte batí los huevos. Ya sé que lo normal es hacerlo con un tenedor o unas varillas, pero tengo 85 años, hijo, y me canso enseguida. Así que usé la batidora. Cuando empezaron a espumar, les añadí el resto del azúcar y la leche y lo mezclé todo bien. De nuevo con la batidora (a punto estuvo aquello de convertirse en mayonesa).
Mientras esperaba que la maquinita ejerciera su magia, me bebí un nuevo lingotazo de mistela, para recompensarme por el esfuerzo.
Finalmente, vertí la mezcla en la flanera y añadí mi ingrediente especial: cinco cucharadas de LAXATÓN, que según la chica de la farmacia es el rey de los laxantes, el purgante definitivo, el campeón de los medicamentos para… bueno, ya sabes para qué. Espolvoreé la pizca de maldad y lo metí al baño María en la olla exprés. También se puede hacer en el horno, pero en mi receta no está incluida la paciencia. Cuanto más rápido mejor. Así no hay posibilidad para el arrepentimiento.
Y, mientras contaba los minutos, me di ánimos con otro chupito de mistela. Y otro más. Y otro.
Después de media hora más o menos, ya estaba hecho. Lo saqué con cuidado (aunque me quemé los dedos y estuve a punto de tirarlo) y lo dejé enfriar.



¡Ah, qué olor más delicioso! Mi flan especial estaba listo para ser degustado. Y, ¿qué hice? Pues sí, hijo, me tomé otro vasito de mistela porque había que celebrarlo.
Para la hora de comer estaba un pelín achispada, para qué lo voy a negar, así que no me costó fingir que no tenía ganas de comer. Me senté y contemplé cómo mis tres nietas se lanzaban cual lobas hambrientas sobre el postre que su abuela, con tanto cariño, les había preparado, y se lo zampaban enterito.
Quince minutos después empezó el espectáculo. No describiré los detalles asquerosos pero te diré, hijo, que en mi casa sólo hay un baño.

Doña María: 1 – Nietas de Doña María: 0

Y esto es sólo el principio.